Raymundo Rivapalacio
¿Por qué nadie cuida al Presidente? ¿Por qué dejan que
salga a la arena pública a repetir las mentiras que le dicen en su equipo?
¿Quiénes le calientan la cabeza y lo lleva a confrontaciones que lo exhiben? La
mañanera de ayer es un ejemplo de la traición y falta de ética institucional en
el equipo del presidente Andrés Manuel López Obrador, que rema con datos que le
proporcionan, que no resisten el más mínimo análisis. Se acentúan sus errores
por su gusto por la confrontación, y la enorme exposición pública que produce
un desgaste natural, por el número de horas ante al micrófono y el ejercicio de
gobernar. Hacerlo es una decisión personal y no hay señales que modificará las
mañaneras, que sirven para múltiples propósitos, algunos tan importantes como
el de la gobernabilidad.
El problema que tiene no es con el formato, sino los
insumos que le proveen, que se añaden a sus prejuicios y a los que en su equipo
le siembran en la cabeza. Una de sus convicciones, como lo expresó ayer, es que
“nunca se había atacado tanto a un gobierno como ahora en los periódicos, en la
radio, en la televisión, (antes) todo era aplaudir y callar, quemarle incienso
al presidente, lo cual ahora es un timbre de orgullo, porque hay libertades y
la prensa no está subordinada, sometida al poder como antes”. Se entienden sus
palabras como parte de su narrativa para machacar que todo lo que hubo antes
que él, estaba podrido.
Sin embargo, le servirá de manera efímera, porque en el
análisis posterior, se podrán apreciar las falsedades de su discurso y se
revisarán en función de los resultados. La prensa sometida al poder, como
plantea, es una mentira. Ni siquiera en la parte dura del autoritarismo
mexicano en los 60 y 70, dejó de haber prensa crítica, que era reprimida –hoy
no sucede–, y desde los 80, los medios fueron ratificando sus libertades
constitucionales. De haber “quemado incienso al Presidente, aplaudir y sólo
callar”, jamás hubiera tenido la proyección nacional cuando el presidente
Vicente Fox lo quiso meter a la cárcel, que tuvo que recular por la presión
política expresada, precisamente, en la prensa.
Es cierto que es un Presidente muy criticado, pero podría
plantearse como hipótesis que, proporcionalmente, lo es menos que su antecesor
Enrique Peña Nieto. No hay un estudio aún que haga esta comparación, pero para
argumentar, utilizaré un caso personal. Funcionarios del gobierno de Peña Nieto
se quejaban de esta columna porque criticaba al expresidente entre 15 y 17
veces al mes. Si se revisan las 20 columnas de mayo pasado, textos críticos
donde López Obrador sea el actor principal, son 12.
López Obrador llevaba hasta el 2 de junio, de acuerdo con
el tracking que realiza SPIN Taller de Comunicación Política, 381 mañaneras con
una duración promedio de 101 minutos. Peña Nieto tenía un promedio de cinco
eventos semanales donde hablaba, en suma, un total de 60 minutos. Las críticas
al gobierno peñista, las investigaciones y las denuncias de corrupción,
allanaron el camino de López Obrador a la Presidencia. El abordaje crítico de
la prensa a gobiernos anteriores, se puede argumentar, también contribuyeron al
hastío del electorado con el PRI y el PAN que, como se apreció en un porcentaje
significativo de votantes por López Obrador en 2018, optaron por él para no
tener más de lo mismo.
Este trabajo profesional es negado por el Presidente e,
incluso, cuenta una historia ficticia de los medios. Una vez más, se entiende
como herramienta política para sus fines, pero sus prejuicios no son acotados
por su equipo con información que impida que patine de una manera tan notoria.
Por ejemplo, en la mañanera de ayer se volvió a referir negativamente a Reforma
–al cual ha mencionado 173 veces, según SPIN– como un diario amarillista con
motivaciones ideológicas y políticas. Afirmó que había colocado a México en el
tercer lugar de fallecimientos en el mundo, pero no hay una línea en la edición
de ayer de Reforma, que soporte esa imputación.
Quienes le informaron mal, además, lo llevaron a pasar un
momento incómodo cuando tras pedir que le proyectaran la primera plana del
periódico, no pudo encontrar –porque no existía–, el dato que mencionó. Luego
alegó que la prensa aborda la pandemia haciendo “creer que sólo es en México
que está sucediendo”. No es cierto. El Financiero, por ejemplo, incluye en su
portal el tracking del coronavirus en el mundo de la Universidad Johns Hopkins,
multicitado en los medios mexicanos.
Contra lo que registran los medios, dijo que de 30
países, México está en el lugar 18 de fallecimientos. No está claro de dónde
salió ese dato que le proporcionaron, pero también es falso. La Organización
Mundial de la Salud ubica a México en el lugar siete de decesos. López Obrador
dijo que las tasas de letalidad –aunque confunde letalidad con número de
muertos–, en varios países europeos son mayores que en México, pero el tracking
de la Johns Hopkins y la base de datos de The New York Times, lo desmienten. La
tasa de letalidad en Alemania (8.5), Bélgica (9.5) y Suecia (4.5), por ejemplo,
son menores que en México (11.8). En ese continente, sólo Rusia tiene una tasa
mayor (26.87).
La mañanera de ayer estuvo llena de imprecisiones, pero
la culpa no puede atribuírsele únicamente al Presidente, sino a su equipo, que
le alimenta la información. Si dice mentiras López Obrador es porque se las
dicen a él. Si no les reclama o ajusta ese equipo, él será quien pague. En las
sombras de Palacio Nacional, los que cometen esos errores pasan desapercibidos
ante la opinión pública. Pero a quien acribillan, exhiben y descuidan,
incumpliendo su función, es al Presidente.
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