Raymundo Rivapalacio
Es muy difícil creer que cada vez que se para frente al
atril sagrado del Salón de la Tesorería en Palacio Nacional, el presidente
Andrés Manuel López Obrador crea todo lo que dice. Es muy difícil de creer que
López Obrador es realmente sincero cuando toma el micrófono durante la puesta
en escena matutina, porque si uno llega a considerar que, efectivamente, lo que
dice sí lo piensa, y lo que no dice es porque no fuera de su estructura mental,
tendríamos la sensación de que en el momento más difícil que ha vivido el país
en casi 80 años, el líder nacional está perdido y nos lleva a un despeñadero.
Como ayer. Frente a la crisis petrolera más grave en la
historia de la humanidad, decir que serán los valores del pueblo suficientes
para sacar adelante a la nación, y que el colapso no afectaría “tanto” por el
alza en la producción y la rehabilitación de las refinerías, es un engaño.
Puede ser que se trate dé dar ánimo al pueblo, pero tiene que mostrarse capaz
de apuntar soluciones terrenales.
Su modelo centralizado de ejercer el poder, vertical y
autoritario, se colapsó junto con la salud y la economía de México y el mundo.
Sostenerlo le impedirá ajustar el rumbo que quiere para el país y entender que
para salvar el cambio prometido, tiene que aplazarlo para salir del hoyo en
donde se encuentran él y el resto de los líderes mundiales. Si mantiene la
megalomanía y el aire de suficiencia que denota reduccionismo intelectual,
nadie, ni él, arribaremos a puerto seguro. Si por primera vez tuviera humildad
y aceptara que, contra lo que dice de dientes para afuera, realmente no es un
sabelotodo y escuchara consejos para llegar a la mejor decisión, mejor le iría
a él, a su proyecto y al resto de los mexicanos.
Es impensable, casi por definición, que escuche a otros,
porque los otros sólo existen en el pasado, y ese pasado lo caracteriza como
corrupto y dañino para el país. Por tanto, parece inimaginable que hará lo que
hizo Ernesto Zedillo durante la crisis de 1995, escuchar a quienes sabían del
tema financiero para sortear la crisis, evitar la desaparición de la clase
media y que el país retomara un crecimiento no visto desde entonces.
Cierto, de ahí surgió el Fobaproa, que es una forma
simplista para descalificar lo que se hizo. Tampoco se espera que como hizo
Felipe Calderón, llamara a todos los expertos –incluido el entonces rector de
la UNAM, Juan Ramón de la Fuente, un abierto opositor a él- en el tema de salud
para escucharlo sobre lo que pensaban de la pandemia AH1N1. Pero como Calderón
es su enemigo por antonomasia y le robó la Presidencia, por lo que todo lo que
hizo está descartado.
López Obrador dice que es distinto a sus antecesores,
pero no puede ser diferente al cómo se toman decisiones en el mundo, pese a que
su soberbia pública -¿será real en el fondo?- lo hace sentirse único y modelo
para sus contrapartes. Ya está visto que su grandeza se mide a nivel local, y
cuando trasciende las fronteras es pequeño entre los pequeños, pese a que el
país que gobierna es relevante entre los grandes. Él achica a México, que se
niega a achicarse frente a él. Sin embargo, de mantenerse en la misma
dirección, llevará a México, a su intención de cambio y a él mismo, a la ruina.
Pedir que tenga confianza en otros que no son de su claque puede ser demasiado.
Pero pedirle que se la tenga a las personas que invitó a formar parte de su
equipo, hasta en sus propios términos suena más razonable.
Él tiene claro que no puede cargar solo con los asuntos
del país, y por eso utiliza a un puñado de funcionarios para que le ayuden a
operar, pero al sobresaturarlos de trabajo los encamina a cometer errores. Una
triple crisis como la que se vive, sanitaria, económica y petrolera, conectadas
entre sí, requiere de una arquitectura distinta a la que le gusta manejar. Su
gobierno de operadores funcionales y eficientes está rebasado. Requeriría de un
gabinete de crisis, no de un funcionario que le resuelva la crisis, como sucede
hoy con el secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard.
Tiene en el gabinete de seguridad lo más próximo a ello.
Pero en las condiciones actuales, todo ese gabinete debería ser incorporado a
un gabinete de crisis, en donde incluya a personas con conocimiento de los
temas de referencia que militan en otros partidos, o incluya a exfuncionarios,
desbalagados por el mundo o en el sector privado, que pueden aportar ideas,
reflexiones y propuestas a ese equipo que le rinde cuentas a él, que es el
Presidente de la República. Para que no afloren una vez más las tonterías, ni
esto significa que comparte el poder, ni mucho menos que es el principio de un
golpe de Estado. Parece absurdo anotarlo, pero no ha sido un tema ajeno al
discurso presidencial.
También hay que dejar claro que el gobierno no está en
crisis. Es heterogéneo y sólido. La crisis ha rebasado al gobierno, encabezado
por un hombre que no procesa multifactorialmente, y sólo sueña en un tipo
específico de país. Si quiere concretarlo tiene que ajustarse a la realidad. No
hay muchas opciones. Si cree que las decisiones endogámicas en su despacho son
suficientes, ya debería de haberse dado cuenta de lo equivocado que está. Si su
paranoia le impide ser incluyente, terminará derrotado. La inclusión, incluso
de adversarios, es un camino inteligente. Que deje los pleitos, la politiquería
y los ajustes de cuentas para después. Es lo que hoy se necesita.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
Twitter: @rivapa