Carlos Ramírez.-
La fecha simbólica de la Revolución Mexicana, que se inició
en 1908 con el libro de Francisco I. Madero, en realidad se fue apagando hasta
consumirse en 1992 cuando el presidente Carlos Salinas de Gortari decretó su
muerte para imponerle al PRI el discurso gelatinoso del “liberalismo social”.
El golpe mortal de Salinas contó con todo el apoyo de los
priístas, en ese año capitaneados por Luis Donaldo Colosio. No hubo ninguna voz
disidente, ni siquiera los creyentes en la Revolución se habían salido del PRI en
1987 con Cuauhtémoc Cárdenas para llevarse el proyecto histórico de la
Revolución Mexicana al PRD, aunque ahí también la mataron en el 2006 cuando
López Obrador fue candidato presidencial de un PRD sin proyecto ideológico.
La Revolución Mexicana fue, ante todo, discurso ideológico.
Bajo sus alas se refugiaron todas las versiones del espectro ideológico, desde
el socialismo obregonista-callista-cardenista, hasta el neoliberalismo
capitalista de Miguel Alemán y el populismo de Echeverría y de López Portillo y
el mercantilismo de Salinas y De la Madrid. Refugiada en el PRI, la Revolución
Mexicana fue enterrada por el presidente Ernesto Zedillo en 1995 cuando separó
al PRI de la Revolución del gobierno de la Revolución. Si el PRI había nacido
como el eje ideológico de la Revolución, entre Salinas y Zedillo rompieron ese
enlace y en el 2000 ganó la presidencia el PAN que nació en 1939 para oponerse
a la fase revolucionaria cardenista.
Salinas, Colosio y Zedillo mataron una Revolución que ya
estaba muerta. En 1947 el historiador Jesús Silva Herzog había decretado su
muerte: la Revolución era ya un hecho histórico. En 1946 Miguel Alemán había
enterrado el PRM cardenista que logró unificar a las clases sociales
productivas en un aparato ideológico partidista y el populismo de los setenta
sólo rescató el asistencialismo, no el proyecto de clase proletaria. La
Revolución Mexicana que impulsó la lucha de clases y la educación socialista
derivó en un simbolismo decreciente hasta su disolución en la conciencia política
e ideológica de una sociedad que nunca creyó en ese movimiento; en todo caso,
la muerte de la Revolución afectó a los campesinos y obreros como clase
productiva y los subordinó a un modelo económico capitalista-neoliberal-de
mercado.
Pese esos destellos socialistas en el discurso y en la
dinamización de la lucha de clases como forma de control del empresario, el PRI
y la Revolución nunca pensaron en una revolución proletaria para llevar al
obrero al poder, nunca el modelo soviético, aunque sí sus prácticas. El partido
fue el mecanismo de intermediación y administración negociada de los conflictos
sociales entre las clases, teniendo al sector obrero controlado en el PRI con
Fidel Velázquez de 1941 hasta su muerte en 1997 y a la clase burguesa
empresarial como sector invisible del PRI.
Si bien el proceso de aburguesamiento de la Revolución y
del PRI comenzó el día de su fundación, la Revolución Mexicana fue populista.
En pleno populismo echeverrista el politólogo Arnaldo Córdova publicó en 1973
su libro La ideología de la Revolución Mexicana y ahí presentó de manera formal
su tesis de una Revolución populista en tres pasos: controló las clases para
conjurar una revolución social, construyó un sistema de gobierno paternalista y
autoritario y propuso un modelo de desarrollo capitalista.
Otros mecanismos de control subordinaron los significados
de la Revolución Mexicana: el Estado absolutista unitario, la Revolución como
ideología oficial, el PRI como aglutinador de los conflictos de clases,
anulación de lucha de clases, reformas sociales para subordinar a las clases
populares y nacionalismo conservador como esencia cohesionadora.
Si la Revolución fue producto de una alianza entre los
campesinos y obreros explotados --y más por la rebelión agraria--, el saldo real
revolucionario está en un campo desolado, despoblado y produciendo droga y una
clase obrera abandonada, con salarios precarios y en condiciones iguales a las
prerrevolucionarias.
A la vuelta de 111 años desde el llamado de Madero, el
México de la Revolución Mexicana vive un neoporfirismo.
Buen fin. La ansiedad por las compras parece no entender lo
que pudiera ser una trampa detrás del Buen Fin. Todas las empresas inscritas
ofrecieron, en promedio, 40% de descuento. Como son empresas y no hermanitas de
la caridad, quiere decir que con esos descuentos aún tienen ganancia. Lo que
lleva a concluir que los precios reales fuera de temporada tienen utilidades
para las empresas de más de 60% y que los descuentos, sobre precios de venta no
supervisados, engañan a los consumidores que se vuelven locos comprando para
aumentar las tasas de utilidad de las empresas comercializadoras.
Política para dummies: La política es ver sin ver.
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