Carlos Ramírez.-
Incubada en un escenario de grave crisis económica, el
alzamiento civil con poco apoyo militar en Venezuela fue un fracaso. La razón
estaría en la falta de comprensión de Juan Guaidó de la estructura del régimen
bolivariano o una audaz iniciativa que buscaba provocar alzamientos en cadena.
Guaidó encabezó un alzamiento político. Sin embargo,
Venezuela es lo que podría considerarse un Estado pretoriano: los militares
participan de una fusión de intereses y labores con los civiles. La reforma de
régimen que realizó el comandante Hugo Chávez después del intento de golpe de
Estado en su contra en el 2002 logró la reorganización del ejército en una
Fuerza Armada Bolivariana y la articuló al Partido Socialista Unido de
Venezuela, bajo el proyecto de Estado llamado “revolución bolivariana”.
La articulación orgánica de ejército y partido formó el
Estado pretoriano porque los militares ya no defendían la soberanía nacional,
sino que eran parte estructural del régimen. Por eso pocos militares siguieron
el llamado de Guaidó. Mientras Guaidó no ofrezca un proyecto para desmontar
desde la oposición la estructura pretoriana del Estado, sus posibilidades de
derrocar a Nicolás Maduro serán escasas.
Los militares tuvieron tres articulaciones al Estado: con
el partido, en el gobierno con un tercio de los ministerios y en los negocios
derivados del presupuesto. Este modelo nada tiene que ver con el idealismo de
la democracia ni con el reparto equitativo de posiciones. El alzamiento de
Guaidó no configuró un golpe de Estado y se ahogó en un llamado a la insurrección
civil en un país donde el promedio electoral del chavismo-madurismo ha logrado
porcentajes electorales de 55%. A lo largo de quince años la oposición ha sido
incapaz de debilitar la estructura de poder del Estado pretoriano.
El detonador del alzamiento civil de Guaidó esperaba una
respuesta tipo Alemania democrática en noviembre de 1989 o las revoluciones
árabes que construyeron una base social en las calles de millones de personas.
Pero al final del primer día de alzamiento, no hubo suficiente pueblo en las
calles y pocos militares de baja graduación apoyaron no más de cuatro horas a
Guaidó. El movimiento fracasó el primer día a las 4.30 am comenzó el llamado y
a las 7.30 de la noche Guaidó se retiró a dormir y convocó a la protesta el día
siguiente.
La jugada inicial de Guaidó fue declararse presidente en
funciones a partir de una fractura institucional del poder legislativo. Y su
principal apoyo entonces no fue el pueblo sino el gobierno de Trump en los EE.
UU. La Casa Blanca le hizo daño al movimiento de protesta en un continente con
amargos recuerdos de apoyos estadunidenses a golpes de Estado. El papel de
México de no sumarse a la protesta tuvo un efecto diplomático externo de no
mostrar la unanimidad. Lo de menos fue la simpatía del presidente mexicano
López Obrador a Maduro; lo importante radicó en que la política exterior de
México no podía apoyar un golpe de Estado apadrinado por la Casa Blanca.
México ya había cometido un error. A finales de 1989 el
gobierno de George Bush Sr. decidió la invasión de Panamá para arrestar al
hombre fuerte y jefe del ejército Manuel Antonio Noriega por acusaciones de
narcotráfico, pero con la paradoja de que Noriega había sido un activo de la
CIA dado de alta nada menos que por George Bush Sr. cuando fue jefe de la CIA
en el último año del presidente republicano Ford. México perdió su tradicional
diplomacia progresista porque el presidente Carlos Salinas de Gortari había
decidido sumarse a los intereses de Washington. En 1990 los EE. UU. iniciaron
las negociaciones del tratado de comercio libre porque el México de Salinas de
Gortari había demostrado ser más aliado de la Casa Blanca que de su viejo
nacionalismo.
En el caso de Venezuela y el alzamiento de Guaidó, medio
jugó a la diplomacia política. La percepción del canciller Marcelo Ebrard
Casaubón dudó de la solidez de Guaidó y sus intereses y logro poner un punto de
referencia autónoma de la Cas Blanca, Ebrard, por cierto, ayudó a la candidata
demócrata Hillary Clinton en su campaña buscando el voto de los migrantes
mexicanos residentes en los EE. UU. El cálculo de Ebrard fue audaz pero
certero. Guaidó no tenía el apoyo de la cúpula militar y parece ser que
apresuró su alzamiento ante el desgaste diario de su gelatinosa presidencia
interina,
Lo que viene para Venezuela es una mayor polarización, en
medio de una crisis peor que la de 2002 que provocó el golpe de Estadio contra
Hugo Chávez. Pero Maduro mantendrá su fuerza interna en tanto cuente con los
apoyos de Moscú, China e Irán en un juego de poder de la anticúa guerra fría
que el presidente Trump no entiende. El apoyo de Cuba ayudará simbólicamente a
Maduro en los grupos progresistas y procubanos que había logrado la revolución
bolivariana, aunque los presidentes aliados a Chávez y a Maduro hayan perdido
las elecciones en sus partidos.
El alzamiento de Guaidó tampoco ofertó una alternativa al
Estado pretoriano venezolano, por lo que su fracaso se evidenció en la falta de
apoyo de altos mandos militares. Si no logra cooptar a esos mandos hoy
controlados férreamente por el ministro de Defensa, Vladimir Padrino López,
difícilmente podrá avanzar en la ruptura del régimen pretoriano bolivariano.
Hasta ahora Venezuela ha resistido la pobreza, inflaciones inconmensurables,
desplome de la producción y un éxodo de millones de personas hacia otros
países, pero sin efecto en la correlación de fuerzas sociales.
Maduro carece del carisma de Chávez, pero tiene el
control férreo de las relaciones con los militares. La ruptura de militares con
el Estado civil será difícil en un régimen pretoriano porque la complicidad de
los negocios tiene a todos los altos mandos metidos en las complicidades del
poder. A Venezuela le quedan pocas opciones mientras no exista una oposición
que destruya al Estado pretoriano antes de cualquier otro alzamiento. O una
revolución armada popular que no se ve en el corto plazo.
http://indicadorpolitico.mx
carlosramirezh@hotmail.com
@carlosramirezh