Carlos Ramirez.-
El ascenso de Donald Trump y su agenda racista,
supremacista, fundamentalista y puritana trastocó el ejercicio del periodismo:
atacar al presidente estadunidense forzando la información ha logrado
sobrevivir a la prensa del establishment liberal-conservador (síntesis
neoclásica). La ex directora del The New York Times, Jill Abramson, acaba de
publicar un libro acusatorio contra los medios que usan a Trump para subir
ventas: “mercaderes de la verdad”, les dijo.
El caso de Jorge Ramos es de sobra conocido. Su periodismo
personalista y agresivo lo convierte en el centro de la noticia, no en lo que
quiere informar. En el caso de su frustrada entrevista con el dictador chavista
Nicolás Maduro, confundió el periodismo de opinión con el periodismo de
indagación y exposición. La pregunta de si debería llamarlo dictador fue
provocadora e infantil para que ocurriera lo que pasó. Sólo que Ramos fue más
activista que periodista.
Los casos de algunas de las entrevistas de Ramos han
servido para clases de periodismo. En una columna de opinión es normal el uso
de adjetivos: en efecto, Maduro, los hermanos Castro, Daniel Ortega y Kim
Jong-un, entre otros, son dictadores. Pero suena hasta ingenuo preguntarle
Maduro: “¿debo llamarlo dictador?” En todo caso, el periodismo de Ramos es
activista porque estalla escándalos --como el que actuó con Trump en una
conferencia de prensa-- para exponer a sus entrevistados. Pero eso
sencillamente no es periodismo.
La veta de la entrevista provocadora la agotó Oriana
Fallaci en otro contexto periodístico. Aún se recuerda aquella primera pregunta
al ex director de la CIA William Colby pidiéndole “los nombres de esos
bastardos que han aceptado, en Italia, dinero de la CIA. Italia no es una
república bananera de la United Fruit”. Colby sonrió y le dijo que su congreso
le prohibía revelar nombres de agentes de seguridad. Y caso cerrado. Hoy en día
el desnudamiento de dictadores y asesinos se ejerce con el periodismo de investigación,
con el reportaje de largo aliento en que se exponen las personalidades
dictatoriales sin necesidad de un reality show. El periodismo de denuncia lo
hizo 60 Minutos con investigación, no sólo provocando una respuestas violenta.
El periodismo de Ramos se acercó más al estilo de Laura
Bozzo y su programa como tribunal popular sin posibilidades de defensa. Su
frase “¡que pase el desgraciado!” ha sido puesta en exhibición en el debate
sobre el periodismo al señalar culpabilidades antes del enjuiciamiento. Al
final de cuentas, a Ramos se le escapó la información de mostrar, con las
técnicas del periodismo televisivo de investigación, la realidad de Venezuela.
Un video de gente comiendo de la basura se puede conseguir
en cualquier parte del mundo, inclusive de la tierra adoptiva de Ramos: los EE.
UU., y no es concluyente del fracaso de un gobierno o de un sistema político.
Ramos no ha grabado esas escenas en los EE. UU. --y otras de zonas de consumo
de droga-- para hacerlo dudar de que vive en una democracia y que el malo es
Trump y no el sistema capitalista de explotación y concentración de la riqueza.
Al final, Ramos ha derivado en un defensor del american way of life que prohijó
a Trump.
El uso del periodismo acusatorio ha servido a los intereses
de Univisión como parte del bloque de poder liberal-conservador --hay otro
bloque conservador-liberal-- en los EE. UU., sobre todo cuando el dueño de esa
cadena fue de los principales aportadores de recursos a la campaña de Hillary
Clinton y la hija de Ramos trabajó para la campaña de esa candidata; por ello
la política informativa de Univisión fue favorable a Hillary y agresiva contra
Trump.
The New York Times ha sabido potenciar su batalla
periodística contra Trump violando los códigos del equilibrio informativo y
apenas consiguió por esa vía subir el precio de su acción en Wall Street de 4
dólares en 2010 a 32 dólares esta semana, aunque sin llegar a los 50 dólares
que tuvo en el 2002. Y The Washington Post se recuperó del tropiezo de ingresos
batallando contra Trump y poniendo el periódico al servicio de los intereses de
sus dueños Jeff Bezos y Amazon. A eso se refría justamente Abramson: los
grandes medios estadunidenses que viven de sus ventas han radicalizado el
periodismo de denuncia para recuperar ingresos, no para mostrar la realidad. En
el caso de Ramos nos quedamos esperando el gran reportaje sobre Venezuela, no
su show con Maduro.
A Ramos sólo faltó gritar como Bozzo: “¡que pase el
desgraciado!”.
Peña contamina al PRI. Como todo indica que José Narro es
el candidato del ex presidente Enrique Peña Nieto para dirigir el PRI, hay que
dar ese contexto a la decisión del presidente López Obrador de abrir la cloaca
de corrupción en el sector salud que dirigió Narro de febrero del 2016 a
noviembre del 2018. Narro representa los intereses peñistas que destruyeron al
PRI en 2014-2018, con la pérdida de siete gubernaturas bajo el mandato
priísta-peñista de Manlio Fabio Beltrones en 2016.
Política para dummies: La política es la vía para comunicar
pasiones individuales disfrazadas de preocupaciones sociales.
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