Carlos Ramírez.-
Las informaciones se han conocido a pedazos: de un lado,
el interés parcial del nuevo gobierno PSOE-Podemos con intereses ideológicos
sólo en la Venezuela de Maduro y en la Bolivia de Evo Morales, ambos en
repliegue. De otro, una canciller española experimentada en comercio. En medio,
una Iberoamérica jaloneada por problemas de democracia y un gigante
estadunidense que sigue viendo a los países abajo del Río Bravo como su “patio
trasero”.
El periódico El País dio una información en ese contexto:
la nueva ministra de Relaciones Exteriores, Arancha González Laya, reorganizó
la dependencia y prescindió de la Secretaría de Estado para Latinoamérica como
oficina de vinculación política estratégica, para consagrarla a temas de
cooperación económica y comercial. Nadie desdeña la necesidad del comercio para
ayudar a muchas naciones a salir de niveles bajos de desarrollo, pero la
relación histórica de España con los países de Iberoamérica y con la comunidad
hispana de los EE. UU. es la que establece la identidad cultural.
A 528 años de la articulación España-América y 210 años
de las luchas por la independencia americana del reino de España siguen
prevaleciendo los resentimientos. Aunque no hacía falta, el mensaje del
presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador al reino de España exigiendo
una disculpa por la forma de dominación 1492-1810 quiere retrotraer la
identidad cultural a 1808-1810. Aquí mencionamos hace poco el enfoque del poeta
Octavio Paz en Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe en el sentido
de afirmar que España no fue una colonia opresora y esclavizante en América,
sino un reino, y que el objetivo de la presencia fue crear en América el Reino
de la Nueva España, aunque sin interés por Fernando VII. Al fracasar esa
propuesta, México exploró sin éxito la creación del Imperio Mexicano,
ofreciendo el trono a Fernando VII. La salida final fue el modelo estadunidense
de una república federal, aunque sin estructura histórica.
Antes del proceso de consolidación de su nuevo gobierno,
Pedro Sánchez realizó varios viajes a países de Iberoamérica, pero sin una
agenda estratégica. Por ejemplo, estuvo en México con el presidente López
Obrador. Sin embargo, Sánchez no ha podido construir un discurso de identidad
cultural más allá del idioma. Lo que ha salvado la relación ha sido la
vinculación literaria. Al final, Sánchez vino en viaje de promoción de negocios
sin propuestas culturales.
Iberoamérica se encuentra en el limbo geopolítico,
subordinado a los intereses de los EE. UU. en base a la doctrina Monroe de 1823
de que todo el territorio americano es propiedad geopolítica de la Casa Blanca.
Las posibilidades de desarrollo de los países iberoamericanos no dependen de su
potencial basado en recursos naturales, sino de la exacción de la economía
estadunidense. En el siglo XX Iberoamérica es para los EE. UU. una pieza del
juego geopolítico ideológico, antes con la Unión Soviética, después con Cuba y
ahora por la presencia creciente de China, Rusia e Irán en el continente
americano.
El comercio exterior es bajo. México, con un mercado
potencial de 120 millones de personas, tiene un intercambió comercial del 1%
del total, aunque España ha preferido la presencia de grandes negocios y sobre
todo la banca. En cambio, el libre comercio ha sido dominado por la economía y
las necesidades de exportación de la economía estadunidense. Los EE. UU. se han
dedicado a explotar a los países iberoamericanos como productores de materias
primas. Y España no aparece más que en la especulación financiera y de
construcción.
La presencia cultural de Iberoamérica fue muy fuerte en
años pasados por la influencia de importantes escritores, sobre todo en la
segunda mitad del siglo XX: Octavio Paz, Carlos Fuentes, Fernando del Paso,
Pablo Neruda, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, casi todos ellos lanzados a
la circulación masiva en España vía la representante literaria catalana Carmen
Balcells. El llamado boom de escritores iberoamericanos de los años sesenta
estuvo determinado por el aprovechamiento del mercado de lectores de España.
Los años que vienen en los EE. UU. con Donald Trump o
algún demócrata pintan malos tiempos para la comunidad hispana iberoamericana,
lo mismo dentro de los EE. UU. que fuera: en los EE. UU. hay una represión
contra el lenguaje español. No debe olvidarse que en materia de deportación de
hispanos sin documentos legales fue magnificado nada menos que por el
presidente Barack Obama, quien prometió en dos ocasiones regularizarlos y sólo
se convirtió en el presidente que más hispanos ha echado del territorio
estadunidense.
Los hispanos en los EE. UU., los mexicanos y los
iberoamericanos del sur del Río Suchiate necesitan de un factor cohesionador
que no se encuentra en el comercio, sino en la cultura. Ahora que España
necesita volcarse más sobre Iberoamérica vemos con preocupación que la
Secretaría de Estado para Iberoamérica se repliega a negocios, es decir, a
intercambio de productos. Las Cumbres Iberoamericanas perdieron su sentido por
el descuido del rey Juan Carlos I y por la radicalización ideológica de grupos
populistas e izquierdistas que reinstalaron el concepto de conquista.
El rey Felipe VI tendría la responsabilidad de proyectar
con mayor fuerza cultural la relación España-Iberoamérica por encima de los
compromisos del gobierno PSOE-Podemos con la Venezuela de Maduro y la Bolivia
de Evo Morales, sin duda alguna las posiciones políticas más desgastadas, más
antiespañolas y menos culturales.
La alianza cultural España-Iberoamérica podría crear un
polo, pequeño pero importante, que sirva de dique a la agresión imperial de los
EE. UU.
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@carlosramirezh