Rubén Cortés.-
Es de reiterar: no hay populismo que llegue al poder sin
que sea en un país de clase media extendida y un Estado de Derecho con
separación de poderes, libertades civiles, derechos humanos y
constitucionalismo. Sólo gana el populismo en un país bien puesto.
Lo demuestra el defenestrado dictador Evo Morales, con su
llamado a la comunidad internacional a que actúe como observadora del próximo
proceso electoral que colocará en la presidencia a su sustituto constitucional.
El sátrapa apela ahora a los valores republicanos que le
permitieron llegar a la presidencia en 2006 y eternizarse en ella, negando
después a sus opositores esos mismos valores republicanos, hasta que lo echaron
del poder.
Pero la democracia representativa es tan generosa que a
nadie debe extrañar que dentro de un tiempo este hombre vuelva a ser
presidente: la democracia representativa que desprecian los populistas les ha
propiciado que gobiernen hoy en 33 países.
Y, de esos 33 países, cuatro son las democracias más
pobladas del mundo: Trump (Estados Unidos), Narendra Modi (India), Joko Widodo
(Indonesia) y Bolsonaro (Brasil). Habría que agregar a Johnson (Reino Unido),
Putin (Rusia) y Erdogan (Turquía).
Todos (aunque quizá no lo lean o lo conozcan) hacen
efectiva cada día de su mandato una máxima de Platón: “Los demagogos se
aprovechan de la libertad de expresión para erigirse en tiranos”. Y todos
eliminan los pesos y contrapesos de la democracia.
El ahora fan de la democracia Evo Morales, es ejemplo del
desastre institucional que acaban creando los populistas, en un estudio que es
muy citado en público y en privado por el internacionalista Raudel Ávila,
realizado por Yascha Mounk y Jordan Kyle.
Porque duplican la duración en el poder a la de los
mandatarios democráticos; seis de cada 10 solo abandonan el poder mediante
juicios de destitución; y la mitad reescriben la Constitución para extender su
período de gobierno y eliminar contrapesos legales.
Una característica común es que (al votarlos en masa la
clase media extendida y quedar pulverizada la oposición) entienden que pueden
avanzar rápidamente hacia un cambio total de régimen, y en su primer año
imponen reformas imposibles de revertir en décadas.
Lo explica mejor Timothy Snyder en Sobre la tiranía:
“El error consiste en presuponer que los gobernantes que han accedo al poder a través de las instituciones no pueden modificar ni destruir esas mismas instituciones, aunque eso sea precisamente lo han anunciado que van a hacer”.
Un error que cometieron los bolivianos con Evo Morales:
desconocer que no hay populismo sin elecciones ni instituciones. Pero “sus”
elecciones y “sus” elecciones. Y, en el caso de Morales, “sus” promesas:
“Estaremos mejor que Suiza”.
Ni sabían que, por donde pasa el populismo, deja de
crecer hasta la hierba.