Carlos Ramírez.-
Aunque buena parte de los países de Iberoamérica se
encuentra en zona de movilización social por razones políticas, los casos
extremos hoy son Chile y Bolivia. Y aunque cada uno tiene razones diferentes,
el punto de interés se localiza en la rebelión de las masas.
La semana pasada Luis María Anson recordaba una frase de
La rebelión de las masas de José Ortega y Gasset, un filósofo cada día más
contemporáneo: la irrupción de la muchedumbre a la realidad, cuando “no hay
protagonistas: sólo hay coro”. La polarización de posiciones entre radicales y moderados,
para evitar la de revolucionarios y reaccionaros, impide. Encontrar lo que
Ortega llamaba el “claro en el bosque” permitirá tener un principio de
entendimiento sobre lo que ocurre en Iberoamérica.
En Chile salieron por cientos de miles a protestar por el
alza en precios en transportes y no hace mucho hubo protestas exigiendo
educación gratuita y de calidad. El gobierno conservador de Sebastián Piñera
aplicó un ajuste macroeconómico a las finanzas públicas disminuyendo subsidios
a servicios populares. Se trataba de una crisis clásica de política económica
de mercado: trasladar a los consumidores los costos del funcionamiento de los
servicios públicos, en lugar de buscar un ajuste en los ingresos. Las protestas
podrían derrocar al presidente Sebastián Piñera que ganó las elecciones de
noviembre de 2017 con el 54,6% en segunda vuelta, contra el 45.4% para el
candidato de la coalición de izquierda.
En Bolivia el pueblo salió a las calles a protestar
contra la elección presidencial para una tercera reelección de Evo Morales y
por denuncias de irregularidades electorales: el conteo de votos se suspendió
varias horas y al reanudarse se le dio a Morales una ventaja de 10 puntos
sobare el candidato conservador y con ello se proclamó la victoria de Evo. Grupos
conservadores potenciaron las protestas en las calles y la violencia se salió
de control. Luego de varios días de choques, el ejército pidió la renuncia del
presidente (termina en enero de 2020 su periodo), Morales la entregó y solicito
asilo político en México. En febrero de 2016 Morales pidió un plebiscito para
violar la Constitución y reelegirse, pero en las urnas perdió: 51.3% dijo no a
la reelección. Con la complicidad del Tribunal Electoral Evo Morales
desobedeció el plebiscito legal y se presentó a elecciones, en las que sacó el
47% de votos, pero 10 puntos sobre el segundo lugar, Las protestas fueron
contra el conteo electoral que acreditó de irregular una Comisión de la OEA.
Los dos casos exhiben las limitaciones de las democracias
constitucionales en Iberoamérica y la solución de conflictos con movilizaciones
en las calles. Y Chile y Bolivia muestran los dos extremos ideológicos: un
gobernante de derecha en Chile y un gobernante de izquierda en Bolivia. Los dos
llegaron por las urnas, pero sus seguidores y opositores resuelven
controversias en las calles con expresiones de violencia. En este sentido, las
democracias iberoamericanas siguen siendo frágiles, con instancias
institucionales insuficientes y con sociedades acostumbradas a resolver sus demandas
con muchedumbres fuera de control.
Iberoamérica padece una enfermedad de las democracias
limitadas: la ingobernabilidad huntingtoniana, cuando las ofertas de
modernización institucional son más lentas y reducidas que la dinámica de las
exigencias sociales de cambios. Los países que han logrado controlar a sus
sociedades con gobiernos autoritarios han permanecido en el poder, pero a costa
del desprestigio de sus gobiernos: Cuba y Nicaragua; otros han utilizado el
mecanismo estabilizador del péndulo, oscilando entre gobiernos progresistas y
gobiernos conservadores.
El signo de los gobiernos iberoamericanos ha sido el de
la inestabilidad. De todos, cuando menos Uruguay y Paraguay encontraron acomodo
y estabilidad en el sistema pendular. Pero llego la izquierda excluyente en los
sesenta a romper los equilibrios y el modelo Cuba de justificación ideológica y
no de resultados es el que predomina. Evo Morales se queja diciendo que lo
derrocaron por indígena y por amar al pueblo, sin reconocer sus trampas electorales
y sobre todo su violación del plebiscito que le negó la reelección. El Tribunal
Electoral en 2016 --el mismo que avaló el fraudé de las pasadas elecciones--
dijo que negarle la participación electoral era una violación a sus derechos
humanos.
Iberoamérica ha sustituido la democracia de los derechos
por la fuerza de las bayonetas y la ideología social. De manera estricta, en
Bolivia no hubo un golpe de Estado; los militares que fueron convocados por
Morales a reprimir las protestas dijeron que no y le sugirieron al presidente
que renunciara. No ha habido junta de gobierno, ni disolución del parlamento,
ni ilegalización de partidos. Habrá un presidente interino que convocará a
nuevas elecciones, mientras Morales se encuentra ya en México protegido por
asilo político.
En esa vertiente de lo real-maravilloso de la realidad
que aportó Iberoamérica a la literatura del boom de los sesenta, presidentes
derrocados pueden regresar al poder: Perón, por ejemplo; y en Bolivia, el
general Hugo Banzer: dio golpe de Estado en 1971, se quedó en el poder hasta
1978 en que fue derrocado, hizo su partido y regresó al gobierno por la vía
electoral en 1997 y murió de cáncer sin terminar su periodo.
La inestabilidad política y los golpes de Estado cruentos
o pacíficos seguirán interrumpiendo la vida institucional hasta que no existan
leyes respetadas y canales institucionales de acceso al poder, y a nivel
histórico están los dos golpes de los dos 18 brumario de dos Napoleón. Pero en
Iberoamérica sólo hay golpes de Estado en la lógica de los intereses de los EE.
UU. Al menos hasta que no maduren las democracias constitucionales sólidas.
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