Raymundo Rivapalacio.-
En la política todo está vinculado, hasta lo que no está.
Soslayarlo puede reabrir las heridas y dividir. Esto sucedió la semana pasada,
donde la conmemoración luctuosa por el asesinato de don Eugenio Garza Sada, un
empresario ejemplar que le dio fuerza moral y dirección a los industriales en
Monterrey, la acompañó Pedro Salmerón, hasta ese momento director del Instituto
Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México, con un mensaje
en Facebook donde elogió a Garza Sada y explicó el contexto social y político
de aquellos años de febril actividad guerrillera, llamando a sus asesinos
“jóvenes valientes”. Esas palabras, sacadas de contexto pero desafortunadas al
no tomar en cuenta el entorno polarizado e irracional que se vive, desataron
una polémica encendida.
El asesinato de Garza Sada no enorgullece a la izquierda,
aunque en ella se refugió Salmerón para ocultar su poco tacto político y
fugarse hacia delante, al decir que era la extrema derecha fascista quien lo
atacaba. Salida fácil y hueca, como las que hoy abundan. Este tema no está
resuelto. María de los Ángeles Magdaleno, recordó en un ensayo en el número 99
del Boletín de Investigaciones Históricas de la UNAM en la primavera de 2014,
que el Partido Comunista había calificado a la Liga Comunista 23 de Septiembre,
la de los “jóvenes valientes” que asesinaron a Garza Sada, como “un grupo
manejado por la ultraderecha, sin ninguna ideología revolucionaria”, lo que de
otra forma documentó el periodista Jorge Fernández Menéndez en 2006 con su
libro “Nadie Supo Nada”, donde demuestra que el gobierno del presidente Luis
Echeverría supo con bastante tiempo de antelación que se planeaba el secuestro
del empresario -tenía un informante, Leonel, en la célula que lo planeó-, sin
que hiciera nada por impedirlo.
El asesinato de Garza Sada está profusamente documentado
en los expedientes de la extinta Dirección Federal de Seguridad en el Archivo
General de la Nación. Está también la génesis de la Liga Comunista 23 de Septiembre,
su desarrollo, sus planes y sus fracasos. En el expediente 11-235-74 H250 L-11
figuran las declaraciones de Ignacio Arturo Salas Obregón, primer líder de esa
guerrilla. La LC23S se fundó el 15 de marzo de 1973 en la casa del dirigente
del Frente Estudiantil Revolucionario, Fernando Salinas Mora, El Richard, en
Guadalajara, y según la declaraciones de Salas Obregón, “desde la primera
reunión se planteó la necesidad de efectuar el secuestro de alguna persona
importante para obtener una fuerte cantidad de dinero y la liberación de
compañeros presos en diferentes cárceles”. Posteriormente se determinó que la
víctima sería Garza Sada, haciendo a un lado otra víctima potencia, Eugenio
Garza Lagüera.
No parece fortuito que hayan pensado en un empresario de
Nuevo León. Salas Obregón estudió en Monterrey y, paradójicamente había estado
en un instituto que recibía apoyo financiero de quien fue víctima. Ahí conoció
a Raúl Ramos Zavala, quien tenía la idea de unificar a todos los grupos
armados, objetivo que no vio porque fue abatido en un enfrentamiento en 1972,
pero que lo introdujo con quien sería uno de los jefes de la célula que realizó
el atentado. Salas Obregón declaró que “asesoró y supervisó” los planes del
secuestro, pero admitió que su ejecución recayó en los responsable del Comité
Coordinador Zonal, Jesús Piedra Ibarra -hijo de doña Rosario Ibarra de Piedra-,
José Ángel García Martínez, y Javier Martínez Torres, quien ejecutó al chofer y
al ayudante de Don Eugenio cuando defendieron al empresario, y que también
murió en el atentado. Los otros autores materiales del asesinato, según el
Expediente 11-235 L-31 H 240-254, fueron Anselmo Herrera Chávez, que murió
durante el ataque, Elías Orozco Salazar, que fue procesado en Monterrey,
Edmundo Medina Flores e Hilario Juárez García, que escaparon. Salas Obregón y
Piedra Ibarra fueron detenidos más adelante por la DFS, y desde entonces están
desaparecidos.
De acuerdo con Salas Obregón, interrogado por la DFS, se
iba a pedir como rescate de Garza Sada la liberación de todos los presos que
pertenecían a la LC23S, que se les proporcionara un avión para salir de México,
y cinco millones de pesos en dólares, que acompañarían con la exigencia de la
publicación de las bases fundamentales de la guerrilla, un llamamiento a
obreros, campesinos y estudiantes, así como una huelga general. Eso no sucedió,
como tampoco tendrían éxito final en su objetivo de cambiar el régimen por las
armas. Como escribió Magdaleno en su ensayo, “los militantes de la LC23S y
otros grupos, integraron una guerrilla que retó militarmente al Estado y éste
casi los aniquila”.
El Estado lo encabezaba el presidente Echeverría, quien
de acuerdo con el Expediente 11-219-972 de la DFS, consintió el asesinato. Al
día siguiente del atentado, los empresarios del Grupo Monterrey publicaron un
desplegado en el periódico local Tribuna, donde preguntaban: “¿Hacia dónde nos
llevan nuestros políticos demagogos que cada vez vociferan y alardean de los
sistemas comunistas? ¿Por qué aguantarnos asaltos, robos, asesinatos y
terrorismo?”. Los empresarios tildaban de “populista” a Echeverría y el
presidente los veía como sus enemigos. Doscientas mil personas acudieron al
funeral, y ahí, en su cara, le gritaron “asesino”. Rogelio Garza Zambrano,
sobrino de don Eugenio, político y empresarios, dijo años después: “Echeverría
no jaló el gatillo, pero ese crimen fue fruto de su retórica
seudorevolucionaria”.
Los abusos fueron de las dos partes. La guerrilla, cuyas
tácticas produjeron más secuestros y asesinatos, y el gobierno, que desató una
feroz guerra sucia contra las guerrillas, donde murieron decenas, quizás
cientos de ellos, pero también arrasaron con personas inocentes. Ese capítulo
no ha sido cerrado políticamente, y el tropiezo de Salmerón abrió
involuntariamente la oportunidad, que
lamentablemente, el presidente Andrés Manuel López Obrador, no
aprovechó. De ello hablaremos mañana.
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