Raymundo Rivapalacio.-
El lunes, las portadas de los periódicos hacían la
crónica del calvario económico: “Pemex limita consumo de gas en centro del
país” (El Financiero), “Producción de Pemex a su menor nivel en 30 años” (El
Economista); “Banca de desarrollo se encuentra paralizada” (El Universal). El
martes continuaron: “Extenderá el PIB su debilidad al inicio de 2019” (El
Financiero); “Mexicanos sacaron más de 5.27 mil millones de dólares del país en
2018” (El Universal). Es la instantánea de un presagio que tuvo, por cierto, un
preámbulo en la edición de ayer de The Wall Street Journal: “El presidente
Andrés Manuel López Obrador está atacando a los órganos reguladores
independientes, estableciendo un curso de colisión con las instituciones que
han servido como un contrapeso del Ejecutivo durante las décadas que el país se
volvió una democracia plena”.
AMLO, foto internet |
El escenario económico está mal y pinta para peor. Pero
además, se está contaminado con la política. Las respuestas del presidente son
siempre las mismas. Si todo se ve mal es porque todo lo dejaron mal. El
crecimiento es malo porque la economía es un desastre. Las dependencias se
vaciaron de funcionarios porque comenzó la limpia contra la corrupción.
Descalifica a las calificadoras y los contrapesos son corruptos. El modelo
neoliberal fue impuesto para robar y saquear el país. López Obrador es dueño de
la narrativa del polpotismo de terciopelo.
Quienes se oponen a su proyecto es porque no entienden el
cambio. El cambio irá por encima de todo, y si esto significa que empobrecerá
al país, textualmente ha dicho que será mejor que México sea una nación llena
de pobres. Parece un contrasentido querer mejorar el nivel de vida de los
pobres y luchar por una sociedad igualitaria, al mismo tiempo de estar
dispuesto a sacrificarlos y crear más pobres a cambio de llevar hasta el final
su proyecto de nación. Pero es retórico.
López Obrador está convencido de que lo que está haciendo
es lo correcto y que le dará la vuelta a la economía y al destino del país. Es
tan grande la confianza que tiene en él mismo, que cuando el Fondo Monetario
Internacional ajustó a la baja su expectativa de crecimiento, dijo que estaba
mal y no sólo crecería este año al 2%, sino hasta más. Los expertos, dice,
están equivocados porque no entienden la magnitud de su cuarta transformación.
Los números lo contradicen por ahora: la desaceleración
de la economía en el cuatro trimestre del año pasado tuvo como antecedente la
petición al presidente Enrique Peña Nieto que ya no gastara en nada y cancelara
las compras, como las de gasolina y medicinas. La contracción se explica
también en algunas acciones, como la consulta contra el nuevo aeropuerto en
Texcoco, donde un millón de personas encabezadas por él, cancelaron la
posibilidad de que la economía tuviera un impacto de 6% al PIB, el doble de lo
que aporta Pemex. Ese tipo de decisión, particularmente esa, congeló las
inversiones.
Enrique Quintana publicó en El Financiero que la
inversión extranjera directa se contrajo 12% con respecto a 2017. Y cuando se
revisen los números a finales de año, ese porcentaje probablemente sea mayor.
Inversionistas mexicanos y extranjeros suspendieron todas sus inversiones
nuevas hasta ver qué sucede con la política económica de López Obrador y cómo
resuelven las agencias la calificación de la deuda de Pemex y la soberana de
México. La crisis económica no se ha visto porque todavía hay incertidumbre
sobre el futuro inmediato de México y no se han ido las inversiones. Existen
aproximadamente 200 mil millones de dólares en México que en estos momentos, al
no existir un diagnóstico objetivo de que López Obrador lleva al país al
desastre, están esperando lo que suceda en los próximos meses. Si bajan la
calificación de Pemex, esos 200 mil millones se irán, todos juntos, todos
rápido, lo que provocará un colapso.
¿Es un destino manifiesto? De ninguna manera. Es un
escenario en el cual, aunque muchos especialistas piensan que será el que se
materialice, hay inversionistas que están esperando y pagando por ver. Pero el
presidente debe tener cuidado con lo que hace y lo que hagan en Morena. Por
ejemplo, la iniciativa en el Congreso –aparentemente congelada- para limitar la
inversión extranjera al 49% y otorgarle a la Secretaría de Economía el derecho
a vetar a los inversionistas bajo una categoría de buenos y malos, es un
despropósito. Cancelar las subastas energéticas es otro y provocará un
desabasto de energía eléctrica si no hacen los ajustes durante la primavera.
Invertir en proyectos económicamente inviables, como el aeropuerto en Santa
Lucía y el Tren Maya, tendrán un costo que obligará a posponer o nunca hacer
otros proyectos de infraestructura necesarios en el resto del país.
El presidente López Obrador tendrá suficiente capital
político para seguir atribuyendo todos los males al viejo régimen y acusar
indistintamente de corrupción. Puede abrir juicios políticos contra ex
presidentes –que serán un circo espectacular- y ajustar cuentas con sus
enemigos históricos, los empresarios. Podrá culpar a los medios y satanizarlos,
o modificar cuantas leyes quiera para que todo el país se alinee verticalmente
a sus deseos. Pero todo ello no modificará la realidad económica.
Si no hace las cosas bien, el impacto negativo arrollará
a su gobierno. Podrá tener respaldo político pero generará inestabilidad que,
quizás, detone repudio. Lo puede evitar por supuesto, si el manejo económico es
inteligente y responsable. Si así lo hace, podrá cumplir su sueño, ser el mejor
presidente que ha tenido México. Si no es así, irá directo al infierno político
de la nación.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
twitter: @rivapa