Carlos Ramírez.-
Una de las palabras que
podría resumir las posibilidades del proyecto de gobierno del presidente López
Obrador es oxímoron, la mezcla de dos posiciones encontradas y hasta
excluyentes. Su populismo político estará acotado por la dominación del
neoliberalismo en economía y desarrollo: será populismo neoliberal.
El anuncio del presidente
López Obrador en su toma de posesión en el sentido de que se había terminado el
ciclo económico neoliberal no fue sino un deseo político, coyuntural, de plaza
publica. La política económica y presupuestalº de la administración 2018-2024
no podrá salirse del modelo neoliberal porque estará atada a la variable
suprema: la inflación asumida --dice la teoría monetarista del neoliberalismo--
como fenómeno monetario.

Los populismos de 1934 a
1982 duraron hasta que la inflación colapsó la estabilidad macroeconómica y
condujo a las devaluaciones. En 1975 el presidente Echeverría tuvo que aceptar
la condicionalidad del Fondo Monetario Internacional para obtener créditos que
ayudaran a inyectar el mercado de dólares; en 1977 López Portillo despidió a
sus secretarios de Hacienda y Programación porque no encontraron una síntesis
entre la condicionalidad neoliberal de baja de gasto y los compromisos sociales
del candidato. En 1978 López Portillo aprovechó los descubrimientos petroleros
para un programa de inversiones que, de todos modos, llevaron a la inflación de
1981 y 1982 y a otra devaluación. Los tecnócratas de Miguel de la Madrid y
Carlos Salinas de Gortari dieron un paso adelante en el pensamiento neoliberal:
redefinieron el papel del Estado mexicano, haciéndolo pasar de social a Estado
autónomo de compromisos sociales.
La caída de Esquivel
reprodujo la crisis de 1977 de López Portillo: la imposibilidad de una síntesis
entre populismo y neoliberalismo. El propio López Portillo padeció más
directamente su crisis: en 1973 ascendió a secretario de Hacienda de Echeverría
cuando Hugo B. Margain se negó a aumentar el gasto y a imprimir más billetes.
De 1973 a 1976 siguió subiendo el gasto sin mayores ingresos y en agosto de
1976 terminó el modelo de desarrollo estabilizador basado en un tipo de cambio
atado a un presupuesto condicionado por la inflación.
La política presupuestal de
López Obrador quiere aumentar el gasto social y de inversión de sus compromisos
de campaña sin más impuestos ni mayor deuda; por tanto, solo queda la
reasignación de recursos disponibles. En la realidad Hacienda ya entendió que
nunca existió la posibilidad de que baja en la corrupción y disminución de
salarios de la alta burocracia y organismos autónomos pudiera aportar 600 mil
millones de pesos para las inversiones lopezobradoristas. Fue lo que le dijo
Esquivel al presidente de la república… y por eso lo mandaron a panteón
neoliberal del Banxico.
Si quisiera encontrarse una
explicación económica a la decisión de López Obrador de suspender mayores
concesiones petroleras y anunciar que el gobierno haría la exploración,
extracción y comercialización del crudo, estaría en el modelo de López Portillo
de usar el petróleo como actividad productiva del Estado y las utilidades
petroleras destinarse al gasto público. La apuesta se perdió cuando el ingreso
petrolero fue menor a los programas de inversión pública y aumentó la
inflación.
A menos que la estrategia
económica de López Obrador encuentre fuentes de ingreso gubernamental más allá
de los impuestos, el ahorro por corrupción, baja del gasto corriente, la deuda
y la impresión de billetes, las posibilidades del populismo lopezobradorista
estarán acotadas por las limitaciones de la condicionalidad neoliberal. Y ya no
se trata sólo del FMI, sino del efecto inflacionario de la política económica y
los objetivos sociales del desarrollo.
Al populismo de López
Obrador le falta reflexión teórica para confrontar las mentiras neoliberales.
El problema no se localiza en mayor o menor gasto y en mayor o menor inflación,
sino en el rediseño del modelo de desarrollo y por tanto el replanteamiento de
su correlativa política económica.
La crisis con Esquivel, su
cese en Hacienda y su envío al templo del neoliberalismo del Banco de México
fue el primer aviso de la crisis tradicional de los populismos sin política económica.
Política para dummies: La
política es el reino de las pesadillas, no de los sueños guajiros.
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