Raymundo Rivalapacio.-
La Cuarta Transformación
arrancó llena de conflictos. Se trata de imponer el cambio de régimen por la
vía de la fuerza y por encima de todo. El discurso es noble y correcto: acabar
con los privilegios y la corrupción, pero los cómos, que están haciendo crujir
las instituciones, son inquietantes. Si no se ajustan al modelo y la ruta que
plantea el presidente, serán ajustadas o eliminadas. Si las leyes no se ajustan
a su realidad, las mayorías en las cámaras modificarán leyes y realidad. La
famosa frase de Andrés Manuel López Obrador de “¡al diablo las instituciones!”,
cuando el Tribunal Electoral desestimó su impugnación presidencial y validó la
victoria de Felipe Calderón en 2006, ha recuperado fuerza, con la diferencia
que aquél candidato hoy es presidente de la República, y la retórica se
convirtió en un recurso del poder.
La Suprema Corte de Justicia
suspendió la ley que recorta los salarios hasta resolver si viola o no los
artículos 75 y 127 constitucionales, y López Obrador declaró que como ganan
salarios “estratosféricos” no entienden la realidad, escondiendo que la Corte
sólo revisa si la ley aprobada por el legislativo, es legal. El choque avanza
rápidamente. Los voceros del presidente en el Senado y el Congreso, Ricardo
Monreal y Mario Delgado, afirman que no harán caso a la Corte, lo que llevará a
un desacato. Si la Constitución estorba, al diablo la Constitución y quien la
defienda.

El viernes pasado, el
presidente López Obrador criticó dos órganos de regulación, el Instituto
Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos
Personales, el INAI, y el Instituto Nacional de Evaluación Educativa. Este
último está en fase de extinción, que vendrá con la abrogación de la Reforma
Educativa, quizás la primera en ser desmantelada por el gobierno. Al INAI lo
fustigó con varias mentiras, la mayor, haberlo acusado como explicación de su
ineficiencia, de esconder todo lo relacionado con el Caso Odebrecht, cuando fue
lo contrario. El INAI ordenó a la PGR que hiciera pública la información, que
se negó a hacerla. Pero para efectos de su propósito, la postverdad pega bien,
y el argumento que ganan mucho dinero para lo que hacen en un país de pobres
que no se benefician de sus acciones, ayuda a sus propósitos.
El INAI va a desaparecer, o
al menos es lo que desea López Obrador. En su gobierno ya circula el borrador
para su liquidación y la creación de un zar contra la corrupción, que sería el
instrumento del nuevo régimen para cumplir con esas funciones. De concretarse
el plan, el INAI sería la primera institución de segunda generación democrática
en desaparecer, dentro de este proceso de desmantelamiento acelerado del
andamiaje construido por años como parte del desarrollo nacional. El zar
dependería del Ejecutivo y no sería un contrapeso para el Ejecutivo. No
respondería a las inquietudes de los ciudadanos, sino a los intereses del
presidente. No sería transparente, sino opaco, ni tampoco buscaría que el
gobierno rindiera cuentas, al ser el propio gobierno el que administraría qué
cuentas hay que saldar.
Al presidente López Obrador
no le gustan las instituciones que existen. Ha hablado contra el Instituto
Nacional Electoral, y sugerido del manejo de las elecciones regrese a la
Secretaría de Gobernación, como sucedía en el pasado. Se le atoran las
comisiones de derechos humanos y como jefe de gobierno en la Ciudad de México
hizo caso omiso a sus recomendaciones. No le gusta la prensa crítica, y sólo
reconoce como honesta a quien ha estado incondicionalmente de su lado. Todo
gobierno pasado, desde 1980 a la fecha, afirma, o fue corrupto o aquellos que
no participaron de la corrupción en forma directa, fueron sus “personeros”.
Desde que gobernaba la Ciudad de México ha tratado de darles la vuelta hasta
derrotarlas. El momento llegó.
A López Obrador hay que
leerlo al pie de la letra. El proceso del cambio de régimen, aunque a
trompicones, avanza en medio del conflicto y la violencia política. Las
consecuencias aún no se alcanzan de ver en todo su alcance y magnitud. El caso
de los bonos del aeropuerto en Texcoco es un ejemplo, y viene en camino otro
potencial conflicto con empresas y gobiernos extranjeros con la Reforma
Energética al cancelar las próximas rondas de exploración y perforación,
antesala de que si no la abroga, la congela. El estilo mostrado por López
Obrador no abre las puertas que tienen las democracias, donde los equilibrios
entre los poderes los obligan a interactuar y a negociar. La negociación con
sus opositores está cancelada. No tiene tiempo para ello. Las cosas se harán
como las quiere tan rápido como necesite, hasta que la cuerda, si se llega a
ello, se rompa.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
twitter: @rivapa
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