Carlos Ramírez.-
Desde la crisis financiera de 2008 --hace ya una década-- y
su secuela de ajustes estabilizadores a costa del gasto y el bienestar
sociales, varios países enfrentan el desafío de encontrar un regreso al
equilibrio mercado/Estado. A diferencia del ciclo neoliberal que fue impulsado
por las crisis financieras, ahora el movimiento pendular populista está siendo
empujado por las cifras de marginación y desigualdad sociales.
En España el nuevo gobierno de Pedro Sánchez está tensando
la cuerda de la estabilización social con necesidades de gasto que no se
encuentran en las restricciones presupuestales y la búsqueda de ingresos para
políticas de bienestar van a asumirse del lado de la política fiscal. En México
la victoria del populista Andrés Manuel López Obrador estuvo impulsada por la
realidad del 78% de los mexicanos con una a cinco carencias sociales y sólo el
22% sin problemas.
Desde las crisis financieras latinoamericanas de los años
setenta, los ciclos de la economía se mueven de manera pendular entre el neoliberalismo
de mercado y el populismo de gasto social. Se ha tratado de oscilaciones, por
así decirlo, técnicas: el populismo como gasto sin ingreso genera inflación y
ésta lleva devaluaciones en tanto que el neoliberalismo deprime el bienestar
como forma de controlar la inflación.
El pensamiento económico occidental se ha visto bastante
flojo en el análisis de las recetas fáciles; en Iberoamérica se discute desde
1956 si la inflación es asunto de gasto o de oferta, aunque el camino más
cómodo ha sido el de enfocarlo como abuso del gasto y por tanto se han impuesto
estrategias que operan sobre el presupuesto social, el crecimiento económico y
el circulante salarial. Y, en efecto, esos ciclos han bajado la inflación; el
costo, sin embargo, ha sido un aumento del empobrecimiento social y en países
sin desarrollo democrático han derivado en dictaduras.
El mercado aparece como ángel (neoliberalismo) o como
demonio (populismo). Se promueve o se restringe a capricho de las formaciones
políticas que buscan la dirección del poder gubernamental. Y el Estado se asume
como una bendición o como una maldición. La competencia Estado-mercado ha
estado presente en la economía occidental desde la reunión en el balneario de
Bretton Woods para fundar el vigente --aunque maltrecho-- orden económico. El
mercado culpa al Estado de las distorsiones desequilibrantes y el Estado acusa
al mercado de los problemas de inestabilidad.
El pensamiento económico occidental se ha quedado trabado en
la dialéctica Estado-mercado, quizá como secuela de la dinámica
socialismo-capitalismo que contaminó la reflexión teórica a lo largo de casi
tres cuartos de siglo XIX y de casi tres décadas posteriores al derrumbe del
socialismo económico e ideológico de Estado en el campo soviético. Los grandes objetivos
--estabilidad del mercado y bienestar social-- perdieron interdependencias.
El gran desafío para las ciencias económicas y las ciencias
sociales radica en encontrar un nuevo modelo económico que promueva el
crecimiento económico alto sin distorsiones inflacionarias. Hasta ahora, la
polarización Estado-mercado ha impedido reflexiones teóricas y ha llevado a
movimientos pendulares en los gobiernos. Y a ello se ha agregado otro factor
distorsionante: la mecanización de la producción que ha ido marginando a la
mano de obra.
Si el problema se origina en el mercado, pues en el mercado
deben encontrarse las soluciones. Si Adam Smith descubrió la “mano invisible”
que ajusta el mercado, ahora el pensamiento económico anda en busca de la “mano
visible” que ayude a regular el funcionamiento de la oferta y la demanda. Se
parte del hecho de saber si la oferta determina la demanda o la demanda
establece la oferta. Mientras no se resuelvan estas conjeturas, los gobiernos
estarán determinados por las premuras de la estabilidad macroeconómica o de las
demandas sociales.
A cinco meses de tomar formalmente el gobierno, López
Obrador ya anunció alzas de salarios, programas asistencialistas y recortes de
gasto público que se califica de superfluo, sin aumentar impuestos ni
incrementar la deuda para gasto público. Pero el problema principal se localiza
en el mercado globalizado. Y ahí es donde no se ven iniciativas de gobierno.
El desafío de México radica en revisar el tratado de
comercio libre con los EE. UU. y Canadá a partir de datos que indican que
México no supo aprovechar la integración productiva internacional: el 57% de
los trabajadores carece de formalidad, el agregado nacional a las exportaciones
bajó de 45% a 39% y el PIB promedio en los años del TCL ha sido de 2.5% anual
promedio. El mercado globalizado careció de una política integral de desarrollo
y todo se redujo a abrir las fronteras al comercio exterior.
El populismo de Estado responde a exigencias sociales de
corto plazo, pero no ofrece un mejor y mayor aprovechamiento del mercado. Lo
malo ocurre cuando los populismos se centran en lo social con la expectativa de
consolidar bases electorales y no en la reconstrucción del mercado. Hasta
ahora, López Obrador está muy involucrado en medidas de corto plazo para
atender sus compromisos sociales, pero sin ofrecer un nuevo modelo de
desarrollo con una más funcional política económica.
El desempleo, el subempleo, la falta de capacitación de la
mano de obra, el retraso educativo y tecnológico, el salario bajo que no
estimula la producción, la fuga de cerebros hacia los EE. UU., la migración de
mano de obra y el abandono de la industria y el campo exigen en México un
enfoque más audaz que el populismo asistencialista: un nuevo modelo de
desarrollo. Y hasta donde se tienen datos, López Obrador es un caudillo y líder
social y no un estadista.
http://indicadorpolitico.mx
carlosramirezh@hotmail.com
@carlosramirezh