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FOTO: INTERNET |
Rubén Cortés.-
Se llamaba Isauro, pero le decían Isaurito. Vivía con su
mamá en una de las mejores casas del barrio, pintada de azul ministro, ese azul
que en México le llaman colonial, con grandes candelabros en los techos y fotos
familiares con marco dorado en las paredes.
Le tocó vivir el infierno de 35 mil hombres más en las
Unidades Militares de Ayuda a la Producción, unos campos de concentración
ubicados en las llanuras de Camagüey, rodeados de alambradas y vigilados por
soldados armados en atalayas, con un letrero en la entrada que decía:
“El trabajo los hará hombres”
Llevaron a homosexuales, testigos de Jehová, abakuás,
adventistas del Séptimo Día, católicos, bautistas, metodistas, pentecostales,
santeros lumpen, borrachines, habitantes de la madrugada, gente que había
tramitado pasaporte para irse del país, rockeros, hippies y vagos.
También a universitarios ideológicamente disconformes,
clérigos, artistas, intelectuales, mariguaneros, toxicómanos, burócratas
acusados de corrupción, emigrantes potenciales, criminales, chulos, campesinos
remisos a la Reforma Agraria y trabajadores ilegales por cuenta propia.
En aquellos campos de trabajos forzados, similares al
archipiélago Gulag soviético, existía un método de rehabilitación ideológica al
estilo de la China de Mao Tse Tung y un sistema de tentativa clínica en busca
de redención y cura para los homosexuales.
Isaurito era un muchachito de provincia, un anónimo
farmacéutico, que debió tragarse las penurias de tres años en las UMAP, donde
lo dejaban sin agua y sin comida durante tres días mientras le mostraban fotos
de hombres desnudos, y luego le daban agua y comida y le mostraban fotos de
mujeres.
O lo castigaban amarrándolo desnudo toda una noche a un
árbol para que se lo comieran los mosquitos. Tenía derecho a una visita mensual
de familiares allegados y a una dieta de leche condensada con gofio y rebanada
de pan al desayuno, y una comida al día a base de arroz, chícharos y otra
rebanada de pan. El argumento oficial para establecer las UMAP fue que aquellos
jóvenes no habían tenido la mejor conducta ante la vida y que por la mala
formación e influencia del pasado capitalista habían tomado una senda
equivocada.
Isaurito murió hace poco en Pinar del Río. Una vecina se
preocupó al dejar de verlo durante varios días y llamó a la policía. Tuvieron
que romper la puerta para entrar. Lo encontraron muerto en su cuarto con un
palo de escoba metido en el ano y otras muestras de violencia y vejación.
Lo había asesinado un amante de 20 años, un chico que vivía
junto a la panadería del barrio. Lo mató para robarle una cadena de oro. La
casa de Isaurito, que ya tiene la fachada descolorida y enconchada, está
apuntalada por todos lados para que no se venga abajo.
(Fragmento de mi libro Los nómadas de la noche. Cuba después
de Castro, Ediciones Cal y arena, que se presenta hoy a las 19:30 en el WTC)
Twitter: @ruben_cortes