En el invierno de 1995, un corresponsal de The New York Times que visitaba Afganistán reportó que, después de años de un brutal conflicto civil, parecía que un gran cambio se avecinaba. Una “nueva fuerza de puristas islámicos declarados y patriotas afganos” había obtenido el control militar de más del 40 por ciento del país. Era sorprendente, porque hasta meses antes, cuando tomaron las armas, muchos de los combatientes eran poco más que pupilos religiosos. Su nombre mismo significaba “estudiantes”. Se hacían llamar talibanes. Un cuart…