Rayundo Rivapalacio
¿Qué es ser un conservador? En el contexto del presidente
Andrés Manuel López Obrador, es el que lucha contra los liberales, pero no hoy,
sino en el Siglo XIX, donde se identificaba a los primeros como un grupo
encabezado por el general Félix María Zuloaga, quien apoyó el Plan de Tacubaya
para desconocer la Constitución de 1857 y poder ser nombrado Presidente, como
sucedió durante casi todo 1858. Los segundos tenían como líder a Benito Juárez,
defensor del orden constitucional y que, al ser desconocido el presidente
Ignacio Comonfort por los golpistas, debía haber asumido la Presidencia, lo que
no sucedió. Fueron los años de la Guerra de Reforma, que partieron al país.
López Obrador se asume como liberal, y quienes se oponen
a su gobierno son conservadores. Así, sin matices. Los buenos y los malos en su
interpretación de la Historia, acomodada para él. Los conservadores, que
defienden los valores tradicionales de la sociedad, que son contrarios a los
cambios políticos, económicos y sociales, suelen ser considerados de derecha.
Los liberales son progresistas, favorecen el liberalismo
económico –que se opone a la intervención del Estado en la economía–, defienden
las libertades individuales y los valores republicanos. Un conservador buscar
preservar las cosas; un liberal, cambiarlas. López Obrador usa las acepciones a
discreción.
Si los conservadores suelen identificarse en la geometría
política como a la derecha, los liberales los ubican en la izquierda. Las dos
ideologías revolotean en torno a los derechos de los individuos vis-a-vis el
papel del gobierno. Los conservadores se inclinan por colocar los derechos
individuales y las libertades civiles como lo más importante en la organización
de una sociedad, donde el papel del gobierno es minimizado. Los liberales creen
que el gobierno debe expandir su papel para beneficiar a la sociedad. Bajo este
parámetro, se podría argumentar que López Obrador, en efecto, es liberal.
Un conservador piensa que debe haber impuestos más bajos,
tener el mínimo de regulación en los mercados, manejar un presupuesto
balanceado y reducir el gasto del gobierno. Los liberales, como creen en la
equidad en el ingreso, buscan incrementar los impuestos para los que más ganen,
endurecer las regulaciones a los mercados, y que los gobiernos gasten en
programas sociales e infraestructura.
López Obrador no quiere más impuestos, ni intervenir en
los mercados, presume un presupuesto balanceado y una macroeconomía con
fundamentos sólidos –que le reconocen los que llama “neoliberales”–, y dice que
nunca es suficiente para reducir el gasto del gobierno, al que llama “la
austeridad republicana”. Cree en la equidad del ingreso, pero no emplea
políticas públicas para ello –su teoría, aunque no se dé cuenta es dejar hacer,
dejar pasar (laissez faire, laissez passer), como lo hace la derecha–, y gasta
en programas sociales asistenciales –como la derecha–, sin invertir en
infraestructura –como los liberales–, salvo en sus proyectos personales.
Los conservadores son permisivos en cuestiones
ambientales, a diferencia de los liberales, a quienes les interesa no dañar el
medio ambiente. Los conservadores están contra el aborto, mientras los liberales
están a favor. Tampoco son proclives los conservadores al matrimonio entre
personas del mismo sexo, como sí lo son los liberales. En materia educativa,
los liberales buscan una educación gratuita masiva, mientras que los
conservadores prefieren darle recursos directos a los padres de familia, para
que decidan ellos en dónde quieren educar a sus hijos.
En esta agenda social, con algunas inclinaciones a la
izquierda de López Obrador en cuanto a la educación pública gratuita, en el
resto de los principales puntos, es conservador. Como jefe de gobierno de la
Ciudad de México, se alió con la Iglesia católica para bloquear la
despenalización del aborto y los esfuerzos para los matrimonios del mismo sexo,
y es un abogado de las energías sucias.
¿Es López Obrador conservador? Si uno lo revisa
objetivamente, sí lo es, y se encuentra alejado de un pensamiento liberal.
López Obrador es visto en México y en el mundo como un populista de izquierda,
porque utiliza la retórica de los populistas exaltando el nacionalismo,
hablando todo el tiempo del pueblo –a quien dice pertenecerle– y en contra de
los poderes establecidos –el establishment–, y los pobres siempre están en su
narrativa. Sin embargo, tomar el lado de los pobres no hace a nadie
automáticamente de izquierda. Su abordaje al sector más desprotegido ha sido
mediante transferencias directas de dinero –propuestas originalmente por Milton
Friedman, el padre del neoliberalismo–, que no resuelven sus problemas de
pobreza estructural, y apenas sirven de paliativo.
Su agenda pública es contraria a la agenda de la
izquierda en materia fiscal o ambiental, o para salvaguardar las libertades y
fortalecer la democracia. Prefiere gobernar verticalmente, que hacerlo en un
sistema de pesos y contrapesos. En este sentido, no se puede trazar una
analogía con liberales o conservadores, sino con los autócratas, que respiran
en ambas ideologías. Es un defensor de los valores tradicionales, pero cojea
todo el tiempo en los valores universales. En este sentido es un conservador puro,
que mantiene las viejas creencias y doctrinas, sin ser innovador ni
revolucionario.
Y sin embargo, el discurso de liberales contra
conservadores le ha funcionado muy bien para establecer campos de batalla
política que ahora lleva, parafraseando un libro fundamental escrito por Carlos
Tello y Rolando Cordera, México, ¿qué disputa en qué nación? La narrativa de
López Obrador es altamente eficiente, colocándose en el lado de los liberales
sin serlo, y ubicando como conservadores a muchos que en realidad son
liberales. Pero qué importa en este país, donde las ideologías son líquidas,
cuando no vacuas, y los debates no son programáticos sino electorales. Somos un
país cortoplacista y de miradas estrechas, llevado por López Obrador a pensarlo
bajo el prisma de hace 163 años.
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