Pablo Hiriart
Las tres derrotas que ha sufrido López Obrador en una
semana y media tienen la gran virtud de enseñarnos cuál es el antídoto para su
autoritarismo: la unidad activa de los atropellados.
Quienes deberían tomar nota, si quieren frenar la
destrucción económica que está en curso, son los empresarios.
Mientras no se den a respetar –por la influencia de unos
pocos ganadores momentáneos con la 4T–, no habrá reversa en las decisiones
disparatadas que llevan al país a la ruina, a las empresas a la quiebra y a
millones de mexicanos al desempleo y a la pobreza.
Lo sucedido ayer con la 'ley Bonilla' es importante,
además del hecho en sí, porque la unidad de voces en defensa de la democracia
le recordó a la máxima instancia del Poder Judicial cuál es su papel.
Y al Presidente, que hay límites a su fiebre de
acumulación de poder.
Fracasó el laboratorio morenista para extender el mandato
de López Obrador en la Presidencia, cuando ayer la unanimidad de los ministros
de la Suprema Corte rechazó prolongar tres años el mandato del gobernador de
Baja California.
La decisión echó abajo un golpe constitucional que fue
estimulado, avalado y financiado por un círculo de amigos del Presidente. No lo
pudieron sostener.
Y provocó un justificado regocijo que nos recordó la
exclamación del humilde molinero que derrotó a Federico el Grande en una causa
judicial contra el monarca: ¡Aún hay tribunales en Berlín!
Perdió el intento de sentar un precedente para extender
el periodo de AMLO.
En la construcción de esa aventura estuvieron manos
cercanísimas al Presidente, como Ricardo Peralta, subsecretario de Gobernación,
que desde la dirección de Aduanas (que ocupaba) negoció y sobornó (según reveló
el presidente del Congreso de Baja California, quien habló de un millón de
dólares) para dar luz verde a la reforma de la Constitución local.
Ahí estuvo, de lleno, la secretaria de Gobernación, Olga
Sánchez Cordero, que trató de pactar con el presidente del PAN, Marko Cortés,
la aprobación de esa reforma. Disparó por la culata.
Luego la propia secretaria acudió, en representación de
su jefe, a la toma de posesión del gobernador de BC, a quien le aseguró, en
discretísimo diálogo, que la norma (aprobada por el Congreso del estado) iba a
prevalecer.
En la maniobra estuvo el propio Bonilla, amigo íntimo de
López Obrador, al que llevó a entrevistarse con los directivos de los Padres de
San Diego.
Toda una conjura contra la democracia se vino abajo.
De ninguna manera es una victoria definitiva sobre el
sector totalitario del gobierno.
Con el fallo no se curan la insensatez económica ni la
desidia inhumana con que se enfrentó la pandemia, pero es una grata señal de
que las instituciones están vivas.
Hay sectores de la sociedad que podrían dar la batalla,
en sus ámbitos de competencia, para evitar la destrucción económica del país.
Los empresarios tienen músculo para hacerlo, y hasta
ahora se comportan como súbditos que piden permiso en Palacio Nacional hasta
para sacar un desplegado que llama a la concordia.
Otros sí se dan a respetar, porque toman en serio su
representación.
Hace poco más de una semana el Presidente vio frustrada
su toma del Poder Legislativo, cuando quiso imponer una ley que le otorgaba
facultades plenipotenciarias para cambiar el Presupuesto a su gusto.
Falso que se suspendiera la sesión de la Comisión
Permanente –que convocaría a periodo extraordinario del Congreso y votar esa
ley– por recomendación de subsecretario de Salud, como dijo Mario Delgado,
espadachín en jefe del proyecto presidencial.
Se suspendió porque la oposición se mantuvo unida. Ni un
solo panista, priista, emecista o perredista se echó para atrás. Supieron decir
no, argumentar, confrontar y derrotar la pretensión absolutista.
Con un solo legislador de oposición que negociara su voto
o inasistencia, habría triunfado el golpe. No ocurrió. Aún hay sentido del
decoro en los partidos.
Unidos, los médicos enrostraron al Presidente y su
desprecio por esa noble profesión. Las federaciones y colegios de
especialidades exigieron una disculpa pública de AMLO por haberlos tratado como
hampones de bata blanca.
La opinión pública se puso del lado de los médicos y AMLO
presentó, a regañadientes, a medias, una disculpa. La unidad y el sentido del
honor se impusieron.
Tal vez los empleadores podrían tomar nota para saber
cómo actuar cuando les rechazan todas sus propuestas.
Cuando el Presidente los regaña por no avisarle de sus
convenios con el BID.
Cuando les dice potentados que no recibirán ayuda.
Cuando las malas decisiones del gobierno mandan a la
quiebra a decenas o cientos de miles de empresas y a la calle a millones de
trabajadores y empleados.
De decoro y de unidad hablamos al referirnos a los
médicos, a los legisladores de oposición, a los ministros de la Corte.
Han tenido tres victorias sobre la embestida del
Presidente, pero será una batalla diaria y de seis años.
López Obrador no entiende de colaboración, sino de
subordinación.