Pablo Hiriart
El único que está en guerra es el presidente López
Obrador y pide una tregua, que la ha tenido de parte de los factores de poder
desde que ganó las elecciones.
Partidos políticos, el Congreso, empresarios y el Poder
Judicial han sido nobles con él hasta el exceso.
Los grandes medios de comunicación también, y los
articulistas han hecho lo que se hace desde hace 30 años en México –y en
cualquier país democrático–: criticar, polemizar o respaldar las políticas
públicas.
Su intolerancia a la crítica lo ha llevado a pensar que
se encuentra en medio de un conflicto bélico, imagina golpes de Estado y
desgasta su investidura en pleitos menores.
La verdadera batalla del Presidente es contra una
pandemia para la cual no sólo no estábamos preparados, sino que se optó por
destruir al sector Salud con recortes presupuestales que fueron a dar a
proyectos petroleros inviables.
Se esforzó el gobierno en desprestigiar a los cuadros
científicos que al país le costó décadas formar como lo que realmente son,
eminencias médicas.
Hoy los trabajadores de la salud deben salir a bloquear
calles en demanda de mascarillas, gel antibacterial y herramientas elementales
para tratar a enfermos de Covid-19 sin correr peligro.
Eso en un país como México es inconcebible. Dinero hay,
pero lo ahorraron. La Secretaría de Salud concentró el 10 por ciento del
subejercicio de todo el gobierno federal el año pasado.
El subejercicio del IMSS y de Salud al arranque de este
año es una barbaridad de elevado.
Cerraron el Seguro Popular sin tener un sustituto real,
sino demagogia: todo gratis para todos. Y para que todo sea gratis, se le
recortó el presupuesto (????).
Una vuelta a la cordura en el sector Salud tendría que
ser parte de ese alto al fuego de la carabina presidencial.
Cada mañana el Presidente transmite una belicosidad
inapropiada a la población, de manera machacona la reitera y lleva al paroxismo
a los radicales –existentes y ficticios– que atacan en redes sociales a los que
critican a su gobierno.
Esos individuos actúan con lineamientos deliberados del
aparato de propaganda gubernamental, al que tendría que calmar.
Desde luego, y no es necesario conocer las leyes de
Newton para saber que a cada acción corresponde una reacción de igual
intensidad y en sentido contrario.
Por ahí salió una noticia falsa de que el hermano mayor
del Chapo, jefe de plaza del Triángulo Dorado, estuvo con él en Badiraguato.
Pero AMLO, sin necesidad alguna se metió al santuario del narco a convivir con
la familia y allegados del sanguinario personaje.
A diario López Obrador insulta a buena parte de sus
gobernados, polariza y siembra un encono que, cuando brote, cuidado.
No se ha dado cuenta que sus errores y obsesiones, en
medio de una crisis como a la que entramos, puede derivar en la fractura de la
Federación en dos o tres partes. Y no en mucho tiempo.
Para la crisis sanitaria el gobierno federal iba por un
lado, los estados por otro y la sociedad civil por otro.
Como él ve adversarios por todos los rincones y no tiene
sentido de lo que es administrar y conciliar, ahonda los conflictos al poner a
los gobernadores contra la pared:
-O toman el Insabi completo, o nada de apoyo a salud.
-Presidente, es que llegamos a un acuerdo de colaboración
con la Secretaría de Salud, en un programa mixto que tome lo mejor de cada uno…
-Toman el Insabi completo, o nada.
Eso es guerra. En lugar de tregua, alto al fuego
presidencial es lo que urge.
Y que le ordene a su equipo de propaganda bajar las
agresiones y amenazas.
Disentir no es ataque: sirve más que la adulación de
quienes le dicen al Presidente que es un “científico”, pues lo inducen al error
de dar o bloquear órdenes en temas de salud.
Alto al fuego. Por su belicosidad toma decisiones
equivocadas y en un año y cuatro meses ha destruido los cimientos económicos y
va en camino de demoler los sustentos democráticos de un gran país,
prácticamente sin oposición.
Ha podido cometer atropellos brutales a la Constitución
que juró respetar, y no hay controversias del tamaño que ameritan, al menos por
ahora.
Violó la Constitución al ordenar una consulta popular
ilegal en Mexicali que canceló la inversión de una cervecera privada, que ya
había gastado 900 millones de dólares.
Destruyó la economía al mandarla bajo cero sin causa
externa, y no le ha costado políticamente nada por la pasividad de la oposición
y de los empresarios.
Frente a la crisis económica en la que ya entramos,
insiste en el gasto multimillonario –ocho mil millones de dólares dice él, doce
mil cuando menos, dicen los expertos– que implica construir una nueva refinería
para Pemex.
Pemex-Refinación perdió el año pasado 60 mil millones de
pesos, y vamos a hacer otra refinería. No hay lógica económica ni política.
A las empresas se les exige que cierren sus puertas pero
que mantengan sueldos, no hagan recortes de personal, y paguen sus impuestos
sin prórroga ni facilidades.
En situaciones como ésta los gobiernos intervienen, pero
aquí nos dicen que ni soñemos con rescates. Y el Presidente se sigue refiriendo
a los empresarios como delincuentes de cuello blanco.
Alto al fuego. Respeto a la Constitución. Escuchar y no
agredir al que piensa diferente. No más decisiones temperamentales. Dejar de
mentir.
Y, básico, no más rondas con el narcotráfico: a ponerse
de manera inequívoca y firme del lado de la sociedad y no de sus verdaderos
enemigos.