Raymundo Rivapalacio.
El presidente Andrés Manuel López Obrador cree que las
alertas sobre el coronavirus son propaganda. A veces parece confundir los
términos, porque maneja la palabra alerta como sinónimo de alarma, y las
utiliza indistintamente. De ahí la retórica épica de que la economía mexicana
está fuerte y no va a haber mayor impacto, que el peso no tuvo afectación, y
que no va a tomar decisiones como las que tomaron en 2009 el presidente Felipe
Calderón y el jefe de Gobierno de la Ciudad de México, Marcelo Ebrard, al paralizar
la actividad económica para evitar contagios del AN1H1. Él no cometerá el error
de aquella vez, dice, cuando a su juicio se “exageraron” las medidas.
El presidente tendría que ser más responsable y evitar
ser tan determinista o mentir, porque puede resultar contraproducente. El peso
sí sufrió afectación, la mayor de las divisas en los países emergentes, pero no
por una razón atribuible a él, sino por la sobrevaluación de la moneda
mexicana. El coronavirus no va a afectar a la economía mexicana; ya la afectó,
y era inevitable. El turismo fue la primera víctima de la epidemia, que se
contagió al sector financiero, como la minusvalía de las afores por más de 24
mil millones de pesos. Habrá impacto en otros sectores de la industria, como la
automotriz, aunque el Presidente no quiera reconocerlo.
La negación afecta. Desde el domingo varias naciones
están realizando acciones para estimular sus economías y evitar caer en
desaceleración y recesión, pero no ha instruido a la Secretaría de Hacienda
para elaborar un paquete de estímulos de emergencia, ni la de Economía esta
desarrollando planes de contingencia con los empresarios. El presidente no toma
en serio la epidemia, y frenó el anuncio del primer paciente en México durante
horas, para que pudiera darse durante la mañanera. En epidemias de propagación
tan veloz como el coronavirus, los minutos cuentan.
Uno puede aventurar que López Obrador no es irresponsable
a conciencia, sino que por inconsciente. El mismo día que el subsecretario de
Salud, Hugo López-Gatell, informó de los primeros casos de contagio en México y
pidió que “por el momento tampoco nos demos besos ni abrazos”, el presidente
viajó a Tabasco donde realizó un acto multitudinario saludando a todos.
López-Gatell actuó de acuerdo con protocolos internacionales, que incluye
“mantener una distancia social” cuando menos de un metro de distancia de
aquella persona que pueda estornudar o bostezar, sin siquiera saber si está
contagiada o no.
El Presidente, que no se fija en ello, porque todo su
pensamiento lo cruza la política y la paranoia del extraño enemigo, tiene otra
lógica. A pregunta expresa, dijo recientemente que haría cambios en su agenda
ni cancelaría eventos, tomando como referencia lo que se hizo en 2009, con lo
que entonces como hoy, estuvo en desacuerdo. Nadie está tomando las cosas a la
ligera en el mundo salvo él, de lo que se conoce. El papa Francisco,
supuestamente con resfriado, fue recluido en su residencia en Roma para
mantenerlo alejado de toda posibilidad de contagio en Italia.
El presidente francés, Emmanuel Macron, canceló varios de
sus eventos programados debido al coronavirus. La canciller federal alemana
Angela Merkel, elogió la prevención de un ministro cuando se negó a saludarla
de mano. En la campaña presidencial en Estados Unidos ya se está hablando de
que se tendrán que hacer ajustes y utilizar tecnología para sustituir mítines.
Países en tres continentes han emitido recomendaciones para evitar contacto
físico. La reunión de Primavera del Banco Mundial y el Fondo Monetario
Internacional, no se hará presencial. Las grandes corporaciones cancelaron los
viajes de negocios de sus ejecutivos y realizarán sus reuniones en
teleconferencias.
López Obrador tendría que entender que es el líder de la
nación y que lo que haga y diga va a ser atendido por millones de personas. Si
ante las recomendaciones de los funcionarios de Salud a quienes confía
plenamente, él las desoye y reparte besos, abrazos y saludos por todos lados,
el mensaje que envía a millones es que ignoren las medidas de prevención. Lo ha
tomado tan a la ligera, que ha instruido campañas de prevención del
coronavirus. El Presidente no tiene ni debe proyectar alarma, pero es irresponsable
no prender las alertas.
El descuido, cuando se gobierna un país, es negligencia
política. Descuidarse a sí mismo, es un alto riesgo para la nación. ¿Se ha
puesto a pensar qué sucedería si se contagia del coronavirus? El Presidente
tendría que salir de circulación para ser atendido durante varios días, lo que
dejaría un enorme vacío político en la comparecencia pública diaria en Palacio
Nacional. Si la gobernabilidad depende exclusivamente de él y en su gabinete
dominan los incompetentes, ¿quién tomaría las riendas mientras está ausente? No
hay provisiones legales en caso de enfermedad y ausencia temporal, y el
artículo 84 constitucional sólo prevé la falta absoluta del presidente. Sería
un tránsito muy difícil y complejo mientras se recupera y regresa a las
mañaneras.
López Obrador no puede ausentarse de la arena pública ni
jugar con su suerte. Bastante irresponsabilidad, por lo que significa para la
seguridad del país, es la forma como se transporta a sus giras, para que ante
las fijaciones anacrónicas de su pensamiento político piense que el coronavirus
es propaganda y que no lo va a afectar. Por favor, señor Presidente. Seriedad y
responsabilidad en un jefe de Estado es lo menos que puede exigírsele. El
coronavirus no es invento sino realidad. Lo único increíble sobre él, es que
haya un dignatario que no crea que la epidemia sea de verdad, y prepare a sus
gobernados para enfrentarla.
Nota: En la columna de ayer, por un error manual
atribuible al autor, se escribió ontología en lugar de oncología, el nombre
correcto de la patología.
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