Pablo Hiriart.-
Todas las mañanas nuestro Presidente se levanta de
madrugada para realizar el ejercicio que a fuerza de repetirlo le ha redituado
una popularidad inigualable: mentir.
Olvida el Presidente que la mentira gana el sprint, pero
pierde el maratón.
Con el respeto que merece su investidura, obtenida
legítimamente, alguien tiene que decirle que se gobierna mejor sin mentiras,
aunque baje unos puntos su aceptación, pues en un par de años va a estar
enredado en sus propias palabras.
Y como dice el refrán, “cuando te das cuenta que la
verdad es una mentira, lo que sigue es la ira”.
La mentira de que el país va bien en economía, avanza en
seguridad y no hay epidemias en el sector salud –que son sólo hechos de esta
semana–, tarde o temprano pasará la cuenta.
A todos nos conviene que la respuesta no sea con
Bolsonaros y otros extremismos que son hijos del desengaño.

Es un tema ideológico, no de hacerle entender números
entre cafecitos en Palacio Nacional.
Para este año se espera un crecimiento de 0.2 por ciento
de la economía. Paupérrimo y generador de pobreza.
Ayer el Fondo Monetario Internacional informó que su
estimado de crecimiento de la economía mexicana en todo el sexenio de López
Obrador será de 1.7 por ciento.
Sería el crecimiento más bajo en un sexenio desde Miguel
de la Madrid, que debió batallar con las ruinas del populismo heredado de sus
dos administraciones anteriores.
Va a estar muy abajo del promedio de los que él llama
neoliberales: Carlos Salinas (4.1), Ernesto Zedillo (3.4), Vicente Fox (2.0),
Felipe Calderón (1.8, por la crisis global de 08-09), Enrique Peña Nieto (2.4).
Cuando el FMI recortó el promedio para México en abril de
este año, de 2.1 a 1.6, el presidente López Obrador rompió en insultos contra
el Fondo y exigió a sus directivos disculparse con México. Agregó que era mejor
que se equivocaran porque los iba a sorprender con el crecimiento de la
economía en este año.
En efecto, se equivocó el FMI y nos sorprendió AMLO: el
crecimiento no será de 1.6 ni de 2.1, sino de 0.2.
Pero con la mentira de que vamos bien, mucha gente cree
que no importa el bajo crecimiento. Se equivocan. Nos va a pegar en todos los
frentes.
El ánimo se mantiene arriba, es decir la aprobación
presidencial, gracias a la mentira de que vamos por buen camino.
La mentira es la herramienta que el Jefe de la Oficina de
la Presidencia, Alfonso Romo, ha pedido a los empresarios que usen para engañar
al Banco de México.
Como lo relató Carlos Loret en su columna de este martes,
Romo pidió a un grupo de empresarios de León, Guanajuato, que “cuando hablen
con la gente del Banco de México… échenle mentiras si quieren, pero por favor
creen un ambiente optimista” para que la siguiente encuesta de confianza
empresarial del Banco salga bien.
En seguridad hubo más mentiras esta semana.
Luego de los 14 pistoleros abatidos por el Ejército en
Tepochica este martes, el presidente López Obrador dijo en su conferencia
mañanera que la estrategia era la no confrontación: “no vamos a usar la fuerza.
No vamos a regresar a ese modelo”.
El Ejército acababa de matar a 14 delincuentes, y el
Presidente nos dice que su gobierno emplea la fuerza, que eso es del pasado.
Nos está mintiendo.
Soy de los que opinan y defienden que el Ejército use la
fuerza contra los criminales, pero vender “paz” cuando ocurre lo contrario crea
una falsa percepción de tranquilidad que es producto de la mentira, y tarde o
temprano se revierte.
Lo que ocurrió en Tepochica es el Tlatlaya de López
Obrador.
Si revisan la fotografía de la primera plana de ayer en
El Universal no verán rastro de enfrentamiento. Los mataron. Nadie puede
combatir media hora apretujado en la batea de una camioneta. Catorce civiles
muertos y un soldado.
Está bien que el Ejército someta a grupos armados y no
ponga la otra mejilla. “El que los fierros agarra, a los fierros se atiene”,
decía el general Villa y tenía razón entonces y ahora.
López Obrador dice que hay paz. Que no se responde con
violencia.
Y la prensa que en épocas anteriores se decía estremecida
y cimbraba al país por hechos como Tlatlaya (22 muertos), hoy disimula y deja
pasar.
Con la mentira de los abrazos y no balazos, se crea una
percepción de menor violencia. Pero la bola de nieve del desastre en seguridad
sigue su curso y se agranda día a día.
También el martes en su conferencia mañanera el
Presidente mintió al decir que “no hay ninguna situación de alarma… tenemos
información que no hay nada extraordinario, que no es algo incontrolable el
dengue en el país”.
Entonces, tranquilos, todo bajo control. Falso.
De acuerdo con el más reciente boletín epidemiológico de
la Secretaría de Salud en el país hay más de 22 mil casos de dengue reportados,
contra cinco mil 711 en todo el año pasado. Las muertes aumentaron 250 por
ciento en relación con 2018.
¿Por qué se disparan los casos y las muertes? Porque el
gobierno no compró a tiempo los insecticidas y larvicidas, mientras el año
pasado se adquirieron a principios de mayo.
Dijo el Presidente que no estaba enterado que hubiera
dengue en Jalisco… cuando hay tres mil 500 casos.
Es gente que sufre altas fiebres, vomita sangre, le sangran
las encías y algunos (cientos) se mueren.
Nada de eso existe para el Presidente y le dice al país
que todo va bien o dentro de la normalidad.
La gente le cree. Hasta que llegue el día en que le deje
de creer.
Esperemos que no se haga realidad el refrán de que
“cuando te das cuentas que la verdad es mentira, lo que sigue es la ira”.