Rubén Cortés.-
Se
entiende que, con un presidente fuerte y con extensísima visión de futuro, en
los casi cuatro meses de este gobierno hayan sido sus figuras más prometedoras
las que pagasen el mayor gasto político. Pero nadie como Marcelo Ebrard.
El
canciller sigue sin anotarse una y aparece como un funcionario sin bríos ni
capacidad de reacción ante decisiones que nos dejan como un país de diplomacia
aislada, que no arropa a sus aliados y de talante ora tímido, ora desaforado.
Para
alguien como Ebrard, debe de ser un calvario, por ser un político con oficio y
de mundo, formado en la escuela de una política exterior activa que solucionaba
entuertos, como las guerras de Centroamérica en los 80’s y la Crisis de los
Balseros de 1994.
Estar,
por ejemplo, alejado de nuestro principal socio comercial, Estados Unidos y de
las democracias de Europa, en la crisis de Venezuela, al ser el único país del
mundo libre en reconocer a la dictadura de Maduro, ni pronunciarse sobre el
aplastamiento de las libertades en Nicaragua.
O
encajar a pie firme (matizando, en el mejor de los casos) las ofensas de la
Casa Blanca contra nuestra tradicional política de territorio abierto a los
migrantes. Ofensas que, hace menos de un año, el hoy gobierno condenaba desde
la oposición con el pedido casi del cese del presidente.
Y,
más sonado, el desafío a España, nuestro segundo inversor extranjero y país
hermano, al exigirle perdón por la violación de los derechos humanos de
nuestros pueblos originarios, ocasionando un estruendo diplomático que, por estrafalario,
debió ser acallado tan rápido que como apareció.
Pero
el buche amargo lo tragó Ebrard: fue él quien trajo al presidente del gobierno
español, el izquierdista Pedro Sánchez, con la pompa de ser el primer mandatario
extranjero en visitar México oficialmente en el mandato de la 4T.
En
el terreno diplomático se vio como de mal gusto pagar así al visitante, aunque
esa no fuese la intención del pedido. Pero el affaire colocó a Sánchez en
extrema dificultad, por registrarse en plena precampaña electoral y suponerse
que en su estancia había fortalecido los lazos.
Ebrard
entró al diferendo con un tuit a la altura de lo que la historia exige de un
canciller y en consonancia con la postura española de mirar al futuro, aunque
lo hizo dos días tarde.
Igual
que ayer, en el caso de Estados Unidos, al exigir “respeto”, como nosotros
“respetamos a los demás”. Sin embargo, horas antes su jefe había considerado
“legítima” la consideración de Trump de que México no está haciendo nada por
parar las caravanas migratorias. Sí, mal arranque para Ebrard. Pero si alguien
sabe subirse sobre sus derrotas en nuestra política es Ebrard.
Ya
lo hará.