Raymundo Rivapalacio.-
El paisaje latinoamericano sigue escribiendo historia.
Nuevamente es Venezuela, donde a las realidades objetivas de los últimos años,
como la regresión democrática, el autoritarismo, la falta de libertades, la
violación de derechos humanos y la cada día más increíble crisis económica, se
le ha sumado la versión posmoderna de los golpes de Estado. La CIA ya no tuvo
que desarrollar guerras sicológicas, inventar luchadores por la libertad o
invadir abiertamente a una nación, sino inaugurar una modalidad que no se sabe
si es más arrogante que las otras, pero sí más cínica:
Militares desconocen a Nicolás Maduro |
Un diputado, Juan Guaidó, se autoproclama presidente y
minutos después, el presidente Donald Trump lo reconoce como el líder interino
de Venezuela, desconociendo al presidente Nicolás Maduro, reelecto de manera
fraudulenta. Tras Estados Unidos, una decena de países americanos respaldan a
Guaidó, junto con la Organización de Estados Americanos y el Banco
Interamericano de Desarrollo. La maquinaria trata de crear las condiciones para
que las Fuerzas Armadas rompan con Maduro y lo derroquen. Si no es así,
advierte Trump, todas las opciones están abiertas. ¿Invasión? ¿Asesinato del
presidente? Todas, hay que precisar, salvo que Maduro no deje el poder.
Es cierto que las credenciales de Maduro son impresentables,
pero no apoyar a Guaidó tampoco significa respaldar el régimen del presidente
venezolano. Eso hizo México el miércoles y la turba cibernética se le fue
encima al presidente Andrés Manuel López Obrador. La prensa en México también
expresó mucha más crítica que apoyo, sin importar la ruptura trasnacional del
orden constitucional -Venezuela amaneció el jueves con dos presidentes-
promovida por Estados Unidos. Cierto, como han señalado quienes desean, como
muchos -incluido quien esto escribe-, que Maduro debe dejar el poder, ¿cómo se
puede romper el orden constitucional cuando Maduro lo rompió? La línea es muy
fina y se cruza. La defensa de López Obrador y el canciller Marcelo Ebrard es
de ortodoxia constitucionalista, pero políticamente, busca una tercera vía en
donde desde la neutralidad, se encuentre una salida pacífica a los diferendos
en otras naciones.
En las conversaciones que sostuvieron el miércoles López
Obrador y Ebrard, no hubo duda sobre mantener la postura que expresó el
subsecretario de Relaciones Exteriores para América Latina, Maximiliano Reyes,
durante su estreno como representante en el Grupo de Lima el 4 de enero en la
capital peruana, de excluirse de la petición a Maduro que no asumiera su
segundo mandato, y la disposición a abrir el diálogo con todas las partes, pero
sin acciones que lo obstruyan. La preocupación en la Cancillería mexicana se
daba ante la posibilidad de que quedara aislado en el concierto internacional.
Uruguay, con cuya contraparte Ebrard sostuvo pláticas por teléfono, se mantuvo
neutral, lo mismo que España y Portugal, con lo que abrieron espacios políticos
a los mexicanos, particularmente frente a sus socios comerciales
norteamericanos, que apoyaron a Guaidó. La Unión Europea, que ha sido crítica
de Maduro no tuvo una posición de conjunto, y como los mexicanos, buscaron el
mayor número de información posible antes de escalar su posicionamiento.
La presión en México contra el gobierno es intensa.
Liberales y conservadores unieron voces en la condena a Maduro y el respaldo a
Guaidó, sumándose, por razones ideológicas o tácticas, a los avales del
interino, según describió el periódico carioca O Globo, Trump y el presidente
brasileño Jair Bolsonaro. Las consultas entre cancillerías se profundizaron el
jueves, y en la OEA, el embajador Jorge Lomónaco, hizo una propuesta
estratégica: saber el estatus jurídico de Guaidó y de sus apoyos
internacionales. La creatividad para ganar tiempo y problematizar lo que
sucedió el jueves en la institución panamericana, es lo que ahora se necesita,
recuperando lo que alguna vez fue la diplomacia mexicana.
El presidente José López Portillo, por ejemplo, rompió
relaciones con Nicaragua pero no con El Salvador, pese a tener dos gobiernos
autoritarios y violadores de los derechos humanos. López Portillo anunció la
ruptura de manera inesperada cuando en una visita de Estado, el presidente de
Costa Rica, Rodrigo Carazo, le hizo un relato de lo que estaba sucediendo en
Nicaragua. “Me ha dicho usted algo que sabíamos y no queríamos creer”, dijo
López Portillo, “el dramático, el repugnante ataque a los derechos humanos, el
horrendo genocidio que se está cometiendo contra el pueblo nicaragüense”. En el
caso de El Salvador, las instrucciones fueron mantener abierta la Embajada y
recibir al mayor número de asilados políticos, manteniendo comunicación con la
oposición y la guerrilla.
La historia ayuda, y la Cancillería mexicana tiene
experiencia en manejos de crisis y hasta dónde resiste y es útil la
neutralidad. Si es cierto que los tiempos políticos no son los tiempos
sociales, respaldar a Maduro o a Guaidó es anularse y cancela la posibilidad de
agotar todas las instancias, como en los años 80. La próxima semana llega a
México el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, y Venezuela estará en
la agenda. En espera de confirmación, está la visita del secretario de Estado,
Mike Pompeo en esos días.
La política de neutralidad no es pasiva, sino activa. No
es estridente, sino discreta. No perdamos la perspectiva. ¿Nos gustaría que el
presidente de Estados Unidos impusiera un títere para obligar al derrocamiento
de un presidente en México? Habrá quien diga que sí, y que prefieren que un
poder extranjero resuelva lo que internamente fueron incapaces de hacer. Es
indigno. Hay quien dice no, que las luchas se dan adentro, y que si bien las
condiciones internacionales contribuyen a los cambios, es el trabajo interno lo
que construye la autodeterminación de los pueblos y la libertad. En eso
estamos, pese a la radicalización nacional.