Raymundo Rivapalacio.-
Vaya que resultó costoso el road show que hizo el
director corporativo de Pemex, Alberto Velázquez, a Nueva York, hace casi mes y
medio. Su presentación fue tan desastrosa, que después de dos horas de
explicaciones chabacanas que provocaron cuestionamientos de inversionistas que
le dijeron que desconocía la empresa, el costo de la deuda de la paraestatal se
elevó 139 millones de dólares. El problema no era de él, dijeron los
inversionistas, sino del presidente Andrés Manuel López Obrador, por haber
designado a un incompetente.
Alberto Velázquez, Director de PEMEX |
En México no pasó nada en ese momento. López Obrador dijo
que les había ido muy bien, y que habían generado confianza y certidumbre. No
era cierto. Fitch Ratings redujo la calificación de la deuda de Pemex este
martes a nivel casi de bonos especulativos, y lo colocó en el umbral del abismo
financiero. Pero el presidente optó por una fuga hacia delante. En su
conferencia de prensa del miércoles, el presidente estalló contra Fitch y
contra las calificadoras en general, a las que acusó tácitamente de haber sido
cómplices de la crisis de Pemex. Su postura fue ideológica, no técnica.
El road show mexicano fue contraproducente para los
objetivos que buscaba, tranquilizar a los mercados. Para organizarlo la
Secretaría de Hacienda contrató a Barclays, el banco de inversión, un apoyo que
es normal cuando un gobierno necesita hablar con inversionistas. Lo que fue
inusual es lo que sucedió después. Las presentaciones dejaron tanto que desear,
revelaron personas que estuvieron presentes, que Barclays tuvo que hacer un
control de daños para evitar afectación en su prestigio. La principal fue
sacrificar a quien lo contrató, el gobierno de México. No muchas horas después
de que se fuera la delegación mexicana, Barclays envió un informe de 33 páginas
a sus clientes donde la prospectiva era terrible desde el título, “Pemex, un
crudo despertar”.
El documento muestra los análisis negativos de Barclays y
recuerda que Pemex tuvo una gestión “extremadamente desfavorable” en 2018.
Altamente revelador fue que mencionaran que los mercados comenzaron a tomar
posiciones de cautela en México en la medida en que se iba afianzando la
candidatura de López Obrador –las amenazas de cancelación de la Reforma
Energética eran el contexto-, cuya incertidumbre pareció disiparse con una
mejora en el valor de los activos de riesgo de corto plazo durante la jornada
electoral y el siguiente mes. Sin embargo, describe Barclays, la consulta para
cancelar el aeropuerto en Texcoco, tuvo como consecuencia una “feroz” venta de
bonos de Pemex, que marcó el fin de aquella burbuja de entusiasmo.
Esa reacción de los mercados fue menospreciada por López
Obrador y su equipo, que no imaginaron –o entraron en negación- el impacto que
tendría en el mundo. En las reuniones que organizó Barclays al nuevo gobierno
mexicano, los inversionistas criticaron a Velázquez y al secretario de
Hacienda, Carlos Urzúa, porque, dijeron, no entendían los mercados ni conocían
bien Pemex. A los dos les dijeron que los números que les habían presentado no
cuadraban con sus propias estimaciones, por lo que pensaban que la inversión prevista
en Pemex y la recuperación calculada, eran insuficientes. No les hizo caso
López Obrador y en las explicaciones de la baja de calificación de Fitch, esas
fueron dos de las variables más importantes para su decisión.
Barclays anticipó en su reporte que Fitch reduciría dos
grados la calificación de Pemex, ante el deterioro en los fundamentales de la
macroeconomía, que refuta la Secretaría de Hacienda, al sostener que el
presupuesto está construido de manera sólida. Pero la creencia en los mercados,
como se lo dijeron a Urzúa en Nueva York, es que no veían que el lenguaje que
utilizaba Hacienda fuera el mismo que tiene el resto del gobierno y el
Congreso. Cuando difundieron el reporte, aún no se daba la crisis del abasto ni
mostraba el gobierno sus enormes limitaciones y habilidades para resolver un
problema de logística.
No ha ayudado tampoco la forma como el presidente López
Obrador y su secretaria de Energía, Rocío Nahle, fueron vehementes en negar que
se habían reducido las importaciones de hidrocarburos, y se pelearon con el
periódico The Wall Street Journal porque publicó los informes de los expertos
en Estados Unidos que así lo señalaban. López Obrador se llegó a mofar del
Journal, aunque dos semanas después, con datos de Pemex, el gobierno tuvo que
reconocer que el periódico neoyorquino tenía razón. La sorna contra el gobierno
mexicano se dejó sentir en Manhattan.
Las decisiones de López Obrador, siendo muy generoso, han
sido equivocadas y contraproducentes en materia energética. La instrucción para
que Nahle y el director de Pemex, Octavio Romero Oropeza, pidieran a sus
contrapartes durante la transición que suspendieran las compras de combustible
para ir reduciendo la dependencia de Estados Unidos, provocó parte del
desabasto al no tener un plan para compensar esas pérdidas. Los montos de
inversión en refinerías tampoco gustaron a los mercados y generaron dudas sobre
el rigor fiscal presupuestal.
La baja de calificación de Fitch es una fuerte llamada de
atención a México. Pero López Obrador no lo ve así. En su conferencia de prensa
llamó “hipócritas” a las calificadoras porque permitieron el “saqueo”, avalaron
la Reforma Energética y “nunca dijeron nada de porqué no se incrementó la
inversión en Pemex”. Los datos que usó, sin embargo, están mal. La inversión
que llegó como parte de la Reforma Energética asciende a 185 mil millones de
pesos hasta ahora. Pero eso no es lo más grave. Pelearse con las calificadoras
es confrontar a los mercados, un lucha que nadie, en cuando menos 30 años, ha
ganado.