Carlos Ramírez.-
Buena parte de observadores
internacionales han señalado que con Andrés Manuel López Obrador en la
presidencia de la república llegó al poder “la izquierda”. Nada más… confuso.
El nuevo presidente no es de izquierda, sus aliados vienen del PRI reciente y del
PAN conservador, cuyo salto político se explica sólo por cargos públicos. La
propuesta del gobierno entrante es de capitalismo de mercado, con regulaciones
decrecientes del Estado y programas asistencialistas a sectores improductivos.
Los héroes simbólicos del
gobierno de López Obrador son cinco: Hidalgo y Morelos (promotores de la
independencia de España en 1810), Benito Juárez (el indígena que llegó a la
presidencia para construir el capitalismo sobre las propiedades de la iglesia y
los indígenas), Francisco I. Madero (el impulsor de la línea democrática de la
Revolución Mexicana que antes había solicitado al dictador Porfirio Díaz ser su
candidato a la vicepresidencia) y Lázaro Cárdenas (el repartidor de tierras a
campesinos y expropiador-privatizador del petróleo).

La izquierda mexicana ha
tenido dos grandes vertientes: la marxista y marxista-leninista y la
nacionalista-revolucionaria del PRI en sus formaciones anteriores como Partido
Nacional Revolucionario y Partido de la Revolución Mexicana. La marxista-leninista
(el Partido Comunista Mexicano) fue legalizada en 1978 y sobrevivió legalmente
hasta 1989 en que entregó su registro a los ex priístas Cuauhtémoc Cárdenas,
Porfirio Muñoz Ledo y Andrés Manuel López Obrador para dar a luz al Partido de
la Revolución democrática, cuyo venero ideológico viene del PRI
progresista-cardenista, pero priísta de todos modos. Morena, el partido de
López Obrador, fue un desprendimiento del PRD.
Cárdenas y Muñoz Ledo se
asumieron de la izquierda del PRI --progresista, no marxista, un poco
socialdemócrata, con un Estado promotor de la acumulación privada de capital--
y López Obrador se dijo tibiamente de izquierda hasta 1999 en que terminó su
periodo como presidente del PRD. La izquierda oficial no promueve la lucha de
clases, aunque Cárdenas la invocó no para potenciarla sino para controlarla en
una versión bonapartista del progresismo, organizó a la clase trabajadora como
masa y no como clase proletaria y desde siempre afirmó que el proletariado
nunca sería propietario de los medios de producción ni tendría el poder
presidencial directo.
La ruptura de Cárdenas,
Muñoz Ledo y López Obrador con el PRI ocurrió en 1987 cuando el gobierno del
presidente Miguel de la Madrid se negó a abrir a votación pública la nominación
del candidato presidencial de 1988 y señaló con su dedo todopoderoso (dedazo,
en la gramática autoritaria del PRI) a Carlos Salinas de Gortari, un tecnócrata
neoliberal. Enojados, aquellos tres abandonaron el PRI, compitieron con un
frente amplio, les hicieron un fraude para impedir acercarse al poder y
provocaron la fundación del PRD con más bases priistas que comunistas.
De 1981 a 1988 se dio en el
seno de la clase gobernante priísta una disputa por el rumbo ideológico y
político del desarrollo (tesis de Carlos Tello y Rolando Cordera en México: la
disputa por la nación. Perspectivas y opciones del desarrollo) entre dos
corrientes: la neoliberal de los tecnócratas De la Madrid y Salinas dentro del
modelo del Fondo Monetario Internacional que tomó el control de la política
económica mexicana en 1975 y la popular impulsada por el progresista Colegio
Nacional de Economistas y la coalición obrera en el Congreso del Trabajo. La
línea victoriosa fue la neoliberal y duró de 1987 a 2018. La progresista pasó a
la marginalidad y fue reactivada por Cárdenas y su populismo poscardenista en
las elecciones presidenciales de 1988, 1994 y 2000, pero con bajo rendimiento
electoral: del 30% en 1988 a 16% en 2000. López Obrador, construido por
Cárdenas, se alejó del PRD, fijo su propia personalidad disidente e ideó un
liderazgo bonapartista personal sustentado en el lumpenproletariado de los
beneficiarios de programas sociales.
Lo que dicen que la
izquierda llegó al poder con López Obrador debieran primero definir qué tipo de
izquierda. El nuevo presidente, en realidad, es populista y personalista; su
modelo económico es de estabilidad macroeconómica en las exigencias del FMI,
pero con gasto asistencialista para beneficiar apenas a tercera edad, becas a
jóvenes y apoyos a mujeres. Su primer programa económico para 2019 será la
continuidad del neoliberal establecido en México desde 1983. En suma, López
Obrador mantendrá el régimen priísta: federal, democrático, representativo y
presidencialista. Morena está buscando ocupar el espacio del PRI, aunque sin la
cohesión de disciplina e ideología del priísmo.
En este sentido, el proyecto
político del gobierno de López Obrador es populista, priísta en métodos,
tácticas e ideas y con respeto a la estabilidad macroeconómica del FMI. Morena
no es un partido cohesionado, sino una Torre de Babel conformada por militantes
de todos los partidos, sin que tenga una ideología, y como partido carece de
ideología real. Al final, el modelo de gobierno de López Obrador será
presidencialista, de liderazgo personalista, bonapartista y de plaza pública,
viviendo de la vieja ideología priísta de la Revolución Mexicana.
En síntesis, el gobierno de
López Obrador no representa una ruptura revolucionaria, sino una continuidad
priísta en clave pendular dentro del PRI.
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