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¡Qué nobleza de los Murat!¡Ya no la cagues, Alejandro!

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Alfredo Martínez de Aguilar

Cuando se tiene acceso a más información de las personas en general y en particular de los gobernantes, funcionarios y políticos, resulta más sorprendente conocer las miserias y grandezas humanas que les caracterizan, no siempre conocidas de todos y menos valoradas, en su caso. 
Y esto ocurre en mayor medida en medio de la creciente mediocridad generalizada en Oaxaca. La sabiduría de los viejos abogados sintetizó esta falta de calidad humana en la vitriólica frase: En Oaxaca el triunfo se persigue de oficio. Es decir, se perdona todo, menos el éxito. ¡Qué tal! 
¡Con todas las opiniones en contra cuánta nobleza hay, por ejemplo, en el ex gobernador José Murat Casab y el gobernador Alejandro Murat Hinojosa para con sus amigos! ¿O de qué otra manera entender el resurgimiento político de Alejandro Avilés, cuando lo daban por muerto? 
Quienes tienen el privilegio de ser amigos y hasta conocidos de Pepe y de Alejandro saben muy bien que ambos tienen un gran corazón con diferente envoltura, desde luego. El primero gritón y mal hablado, el segundo educado, atento y amable. Este último, el reverso de la moneda.
En tales condiciones, sin ser majadero para no ofender a las hipócritas buenas conciencias y a los políticamente correctos, más que obligado es reconocer el gesto generoso de los Murat, padre e hijo. Nunca abandonan y sugerir al defenestrado ex Secretario General de Gobierno: 
¡Ya no la cagues, Alejandro! La vida es más que generosa, una vez más, con Avilés Álvarez. Está obligado a bajarle a la soberbia y a la prepotencia, porque al fin humano es dado a perder la dimensión de la realidad. Debe aprender la amarga lección que le dio la vida.
La soberbia consiste en concederse más meritos de los que uno tiene. Es la trampa del amor propio: estimarse muy por encima de lo que uno vale. Es falta de humildad y por tanto, de lucidez. La soberbia es la pasión desenfrenada sobre sí mismo. 
Apetito desordenado de la propia persona que descansa sobre la hipertrofia de la propia excelencia. Es fuente y origen de muchos males de la conducta y es ante todo una actitud que consiste en adorarse a sí mismo: sus notas mas características son prepotencia, presunción, jactancia, vanagloria, estar por encima de todos lo que le rodean. 
Se ha dicho no sin razón que la soberbia es más intelectual y emerge en alguien que realmente tiene una cierta superioridad en algún plano destacado de la vida. La inteligencia hace un juicio deformado de sí en positivo, que arrastra a sentirse el centro de todo, un entusiasmo que es idolatría personal.
Hay dos tipos de soberbia; una que es vivida como pasión, que comporta un afecto excesivo, vehemente, ardoroso, que llega a ser tan intenso que nubla la razón, pudiendo incluso anularla e impedir que los hechos personales se vean con una mínima objetividad. 
La otra es percibida como sentimiento, cursa de forma más suave y esa fuerza se acompasa y la cabeza aún es capaz de aplicar la pupila que capte la realidad de lo que uno es, aunque solo sea en momentos estelares. Entre una y otra deambula la soberbia, transita, circula, se mueve y según los momentos y circunstancias hay más de la una o de la otra. 

alfredo_daguilar@hotmail.com
@efektoaguila