Ricardo Alemán.-
Una lección de los viejos maestros de periodismo apela a la
autocrítica: “¡Algo está mal, o muy mal, cuando los periodistas son noticia!”.
Sí, algo anda mal en el periodismo mexicano. ¿Por qué?
Porque si hoy los periodistas marchan y exigen la protección
de las instituciones del Estado --ante la violencia--; si los periodistas creen
que son la casta divina y los debe cuidar el presidente, entonces asistimos al
fin del periodismo.
Y es que los periodistas habrán llegado a la conclusión de
que su trabajo en prensa, radio y televisión –y en redes--, no sirve para nada.
¿Por qué?
Porque al recurrir a la protesta callejera, los periodistas
renuncian al papel fundamental del oficio; denunciar el abuso de todas las
formas de poder. En cambio, exigen trato especial, antes que exigir desde sus
respectivos medios, la justicia para todos.
Algo anda mal cuando los periodistas creen merecer
cuidadores especiales del Estado, cuando creen excepcional su trabajo, cuando
suponen que otros oficios y otros ciudadanos –cualquiera que sea el caso-, son
de menor importancia. ¿Será el periodista es un ciudadano digno de los mejores
privilegios sociales?
Algo está mal
cuando los periodistas imaginan que la violencia generalizada es más grave si
la víctima es un periodista. Ignoran que el mayor impacto de la violencia
ocurre cuando la víctima es el ciudadano anónimo que no importa a nadie y
cuando no merece una línea ágata, una mención en radio, un segundo en tele o un
tuit en redes.
Cuando la víctima del crimen es un periodista, deben parar
prensas, cambiar titulares; se exige duelo nacional. Y cuando la victima es un
ciudadano de a pie, a nadie importa
Y es que los periodistas se movilizan y exigen, no que las
instituciones le den seguridad a todos; piden protección especial para un
gremio.
Pero el maniqueísmo y la egolatría atrofiaron a muchos
periodistas. Olvidan que su labor no es proteger a su gremio y menos buscar
patentes de impunidad. Tampoco tratos especiales para “mantener vigente” la
manoseada “libertad de expresión”.
Más que marchas a favor de privilegios, los periodistas
deben usar sus espacios para escribir, denunciar en radio y televisión,
trabajar reportajes y editorializar –y todo meterlo a redes--, contra los
abusos del poder y a favor de la seguridad y la justicia… para todos, no solo
de su gremio.
Pero el
maniqueísmo es otro escándalo cuando se habla del espionaje, otra calamidad que
persigue periodistas.
Aquí la contradicción es patética. Frente a la violencia
criminal, los periodistas exigen protección del Estado, al tiempo que se quejan
y acusan al Estado de perseguirlos y espiarlos. Piden protección contra la
violencia criminal y acusan de criminal al Estado, por combatir al crimen.
¡Patético!
Cualquier ciudadano concluirá que los periodistas mexicanos
sólo buscan privilegios; que poco o nada les importa ejercer el periodismo para
tener mejores instituciones, mejor gobierno, mejores partidos, mejor Congreso.
Y resulta peor cuando los “egos robustos” del periodismo y
los “alcohólicos de la fama” se creen poseedores de los secretos para tirar o
construir al “México bueno”. Cuando creen que ese “privilegio” los convierte en
blanco del espionaje del Estado.
¿De verdad los periodistas mexicanos creen tener tales
poderes y tales, secretos? ¿Creen que el Estado los espían por sus “tesoros
informativos”? Si eso creen, algo está mal en el periodismo mexicano.
Nadie duda de la
existencia del espionaje, sea de instituciones del Estado, sea entre empresas
mediáticas, entre políticos y partidos, entre bandas criminales.
Pero no existe una
sola prueba de que los quejosos de la reciente temporada del espionaje, sean
espiados por el Estado. Peor aún, no pudo ser más ridícula la explicación del
reportero que, frente a Carlos Loret, dijo creer que cree que la creencia es el
credo de que el gobierno cree espiar. Joya del peor periodismo del mundo. ¿Por
qué?
Porque el periodismo no es un acto de fe. Un periodista de
investigación no puede decir “yo creo que”. El periodismo prueba o no hay
historia. Y punto.
Además, nadie
puede negar que el mayor ataque a libertades periodísticas básicas no viene del
supuesto o real espionaje del Estado. No, en realidad viene de las propias
empresas mediáticas, muchas de las cuales imponen líneas editoriales que
coquetean en la frontera de la censura; una censura más perniciosa que el
supuesto o real espionaje.
Sería un exceso de
vanidad y egolatría –adicciones del periodismo mexicano--, suponer que el
problema central de los periodistas es el espionaje.
El problema, la tara, es el periodismo militante; que se
dice de izquierda y defiende a la derecha y sus dictaduras; que habla de pobres
y saquea y engaña a los pobres, que exige libertades como la de expresión, y en
sus filas censura e impone el pensamiento único.
¿Algo les dicen Proceso, La Jornada, Reforma…?
Al tiempo.
@RicardoAlemanMX