Carlos Ramírez.-
Los primeros cien días de gobierno de Donald Trump han
dejado una advertencia inocultable: el virus de la autodestrucción del sistema
político de los EE.UU. o, si se quiere, la protesta liberal le ha quitado al
gobierno estadunidense la máscara de representación del faro de la libertad, la
democracia y el paraíso.
La victoria de Trump en las urnas está siendo minada en las
calles, pero a costa de destruir las reglas de la democracia. El grito liberal
de “no es mi presidente” ha resquebrajado la autoridad del poder imperial de la
Casa Blanca. Las protestas contra la segregación racial y contra la guerra de
Vietnam no rompieron el consenso social básico de reconocimiento de los
titulares de las instituciones.
Trump quebró el acuerdo fundamental de la alternancia
liberal-conservador; pero lo más grave para Trump, el Partido Republicano y el
sistema político es la ruptura de la cohesión conservadora porque Trump no
representa al conservadurismo retórico y filosófico, sino que llegó con una
agenda tradicionalista que responde más a los preceptos de los puritanos que
huyeron de Inglaterra hacia América por la violación de los códigos religiosos
y morales.
Los principales problemas de Trump en sus primeros cien días
no fueron las movilizaciones de protestas, los gritos, el autoritarismo liberal
en universidades que violaron la libertad de opinión o los bloqueos de
decisiones en las estructuras de poder. El verdadero problema de Trump fue la
fractura en el conservadurismo en cuando menos tres grupos confrontados entre
sí: el puritanismo radical del siglo XVII, el conservadurismo de los valores
imperiales y el derechismo económico antiestado.
El equilibrio liberalismo-conservadurismo era la esencia de
la legitimación del poder, lo mismo en sus versiones morales de convertir al
país en el santuario de los perseguidos en el mundo que el del pragmatismo
imperial capaz de derrocar gobiernos y lanzar armas químicas contra adversarios
ideológicos en el exterior. Trump terminó con esa coartada: la agenda de su
contrarrevolución puritana tradicionalista ha mostrado el verdadero rostro del
imperio: racismo, ultranacionalismo, imperialismo sin disfraz, exclusión y
reversión de derechos sociales.
Los primeros cien días de Trump no deben verse en la
evaluación de victorias-derrotas --del ministro conservador en la Corte suprema
al rechazo al nuevo sistema de cobertura médica--, sino en otro punto
fundamental: la pérdida del consenso social y democrático de legitimación del
poder. Los liberales radicales quieren derrocar a Trump, aún a costa de
liquidar la funcionalidad democrática del sistema político.
Los imperios han caído por guerras perdidas, pero muchos en
el fondo se han terminado por rupturas en el consenso interno. Nacidos como
imperio en 1803 con la compra de Luisiana como arranque del expansionismo
imperial, los EE.UU. aparecen como un imperio sin legitimidad interna y con
movilizaciones locales para tumbar al presidente en turno, y no por haberse
apropiado del poder sino por aplicar un programa puritano y tradicionalista
contrario a las propuestas de --en las urnas-- la minoría liberal.
Trump podría ser el último presidente del imperio
estadunidense: lo pueden derrocar en el corto plazo, lo van a bloquear, la
polarización ideológica multiplicará la violencia sangrienta tipo Universidad
de Berkeley, los grupos de poder lo bloquearán hasta la parálisis, pero con la
certeza de que el liberalismo violará la democracia porque querrá imponer en
las calles y en el sistema lo que no pudo ganar en las urnas.
Política para dummies: La política es lo que se encuentra
detrás de la política y la política es la habilidad para saber cuál es cuál.
Sólo para sus ojos:
Recuerde todos los días el programa “La Agenda” de Carlos
Ramírez y Roberto Vizcaíno a través del 1530 de AM en la CDMX. El archivo de
programas pasados en http://indicadorpolitico.mx y puede escucharlo en vivo por
dispositivos móviles en cualquier parte del mundo a través de
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buscando la estación Éxtasis Digital. Y por Periscope en vivo y con imagen
puede vernos en @carlosramirezh
Hábil en sus formas de negociación como empresario agresivo
y hostil, Trump va a jugarse su credibilidad perdida en la derrota del muro con
la renegociación de partes del tratado de comercio libre con Canadá y México. Y
en México no parecen tener alguna opción de negociación.
El último mes de campaña en el Estado de México mostrará las
verdaderas posibilidades de los aspirantes. A pesar de que las guerras sucias
en medios son expectativas de todos, en el fondo la elección se va a determinar
por los aparatos electorales. Y ahí sólo PRI y PRD tienen maquinarias
funcionales.
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