PABLO HIRIART/USO DE RAZÓN
El mundo se ha quedado sin liderazgo. Y los vacíos se
llenan.
No puede ser que los valores esenciales del liberalismo
económico sean abanderados por un país comunista.
Con la apertura de su economía y la liberalización de su
mercado, China sacó de la pobreza a 800 millones de habitantes. Y va por
pobreza cero en una década.
Lo hizo de la mano de Adam Smith, a quien de alguna manera
desprecia el nuevo inquilino de la Casa Blanca.
Estados Unidos renuncia al liderazgo de los valores
occidentales surgidos algunos de su propia acta de Independencia.
Cierra su economía, trata de manera diferente a quienes
“fueron creados iguales”, rezuma hostilidad hacia sus aliados políticos y
militares.
Niega la globalización, el libre comercio y el cambio
climático, mientras China abraza esas banderas (ver discurso de Xi Jinping en Davos).
¿Puede una potencia negarse a sí misma, a su historia y a
sus valores, y salir indemne?
Claro que no. Va a colisionar contra sus instituciones,
contra las minorías empoderadas (compuestas por seres humanos que “fueron
creados iguales”) o contra el mundo porque va en sentido contrario.
Ese Presidente no va a durar. Al menos no sin causar un daño
enorme a la civilización occidental, a su grandeza como país y a sus aliados.
Donald Trump es un coche sin dirección ni frenos que va de
choque en choque y tarde o temprano se va a estrellar en serio.
Lo anterior podría implicar un conflicto internacional que
ponga al mundo en riesgo.
Por ejemplo, China no está dispuesta a soportar una sola
majadería más del presidente de Estados Unidos.
Al hablar por teléfono con la presidenta de Taiwán, Trump
cruzó una “línea roja” de la que nadie sale bien librado.
Le faltó al respeto a China, y en ese país no bromean: saben
esperar el momento para devolver el golpe.
Para su fortuna lo hizo como presidente electo, sin haber
asumido el cargo oficialmente, porque de volver a hablar con una persona que no
es reconocida como la presidenta de ningún país –pues hay una sola China–, las
consecuencias serían inmediatas.
Su frenesí declarativo contra China se ha moderado… por
ahora. Volverá a la carga, porque Trump no conoce frenos y sus obsesiones lo
rebasan.
Ayer mismo tuvo otro choque, con el poder judicial de su
país.
Ya le habían echado abajo, por inconstitucional, el decreto
que prohibía la entrada a EU personas que nacieron en países de mayoría
musulmana.
Ahora lo frenó la Corte de Apelaciones y va escalar el
conflicto hasta la Suprema Corte de Justicia de Estados Unidos.
¿Qué va a dictaminar la Corte? ¿Va a convalidar que la
religión es un condicionante de derechos civiles (entrar o no entrar a un país
“libre”)?
Puede ocurrir, pero el costo será elevado. Ya lo veremos en
las calles, o cuando se junte ese problema con otro acto de rechazo o violencia
hacia latinos o afroamericanos.
Trump ha emprendido una cruzada declarativa contra la
prensa. Contra la gran prensa de Estados Unidos que es una de las instituciones
fundamentales de esa democracia.
Ahí también hay una “línea roja” que el presidente de
Estados Unidos no puede cruzar.
Y también la quiere atravesar. Un par de actos más de
intento de censura a comunicadores o medios de ese país y habrá respuesta.
Menos de un mes lleva en el cargo Donald Trump. O cambia o
se va a estrellar. Es que va contra el sentido.
Twitter: @PabloHiriart
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