PABLO HIRART /USO DE RAZÓN
Durante una extensa reunión con periodistas celebrada la
mañana de ayer en Los Pinos, a la que asistí, el Presidente Peña Nieto explicó
por qué había tomado la decisión de fluctuar el precio de la gasolina.
Éramos 30 periodistas por lo que fue imposible el diálogo,
pero se trató de un acercamiento útil para sentir el ánimo y el interés
presidencial.
Lo que ya sabemos: no hay dinero para subsidiar gasolinas ni
excedentes petroleros para prescindir de los impuestos que se cobran por los
190 millones de litros que se consumen diariamente en México.
Haber diferido la decisión habría tenido un costo muy alto
para el país. “Cuando se retrasan esas decisiones vienen los escenarios de
crisis”, dijo.
Ya los economistas se encargarán de decirnos si eso es
correcto o no, pero reproduzco aquí lo que nos dijo el Presidente.
Está consciente del deterioro de su gobierno y de las
consecuencias que el alza a las gasolinas va a tener para el PRI.
Sería un exceso afirmar que a Peña Nieto no le interesan su
partido ni las elecciones. Pero no hizo ningún comentario acerca de cómo se van
a recuperar del malestar ciudadano generado por el gasolinazo y otras medidas.
Nos dijo que se llegó a la fluctuación de precios de la
gasolina “en un momento de gran desgaste del gobierno y del partido que yo
represento”.
Es decir, Peña Nieto está consciente de que esa erosión viene
desde tiempo atrás y el tema de los combustibles es un baldón más.
“Asumo los costos y los riesgos para el partido que
represento, pero estas decisiones no están hechas al modo de una premisa
política o electorera”, nos dijo.
La impresión que me dejó su exposición, es que el Presidente
está dedicado a administrar y decidido a “no tomar apuestas que dañen la
estabilidad macroeconómica”.
Peña Nieto ya hizo las reformas, el poder adquisitivo del
salario ha crecido, el empleo también, y ahora va a cuidar que no suceda una
crisis de fin de sexenio porque los riesgos existen.
El problema está –pensé–, en que con la ausencia de intención
política en las acciones de gobierno tal vez deje al país en manos de quien sí
nos va a llevar a una crisis mayúscula en materia económica, de seguridad (sí,
se puede estar peor) y sin duda social.
Las reformas van a desaparecer en un solo plebiscito si gana
AMLO. Lo ha prometido.
¿Cómo va a cuidar eso? ¿O ya no lo considera su responsabilidad?
Es tema para una siguiente reunión, sin duda.
Dijo otras cosas interesantes:
Nunca quiso culpar a Felipe Calderón por haber subsidiado
gasolinas, pues había excedentes suficientes, y ante la perspectiva política de
aquel entonces, “tal vez yo hubiera hecho lo mismo”.
Agustín Carstens dejará el Banco de México el 30 de
noviembre, es decir, cuando ya haya candidato presidencial del PRI (e infiero
que según las circunstancias a ese puesto podría ir alguien del gabinete que no
haya obtenido la candidatura).
Con el gobierno de Trump no habrá un escenario claro hasta
junio, cuando empiecen las negociaciones del Tratado de Libre Comercio, que
cuando menos cambiará de nombre.
No pagar el muro es un asunto de dignidad nacional y eso no
tiene vuelta, dijo el Presidente.
La situación del país puede mejorar si nos entendemos con
Trump, pero no es descartable el otro escenario, el del deterioro.
Es compromiso de su gobierno encontrar y detener al
exgobernador de Veracruz, Javier Duarte.
Fue un buen ejercicio de comunicación del Presidente. Llegó
casi cuatro años tarde, pero llegó.
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