RUBÉN CORTÉS/ CANELA FINA
La atomizada, y poco
concurrida marcha del domingo, demostró que no estamos siendo capaces de
unirnos como nación para condenar la campaña más denigrante y humillante que ha
sufrido México en la historia contemporánea, por parte de un gobernante extranjero.
Pero tampoco tenemos
claridad al sopesar correctamente qué está bien y qué está mal. Por ejemplo,
coincidimos para protestar por las deportaciones de nuestros connacionales en
Estados Unidos, pero nosotros, sólo en 2016, expulsamos a 23 mil inmigrantes
más que ese país.
Mientras exigimos respeto a
los derechos humanos de los mexicanos en el vecino del norte, nuestras
autoridades migratorias están vinculadas a agravios, extorsiones, maltratos y
abusos sexuales contra inmigrantes, en especial los procedentes de países
centroamericanos.
Es decir: no somos
coherentes en lo que exigimos para nuestros connacionales que entran sin
papeles a Estados Unidos, y con lo que le damos a quienes llegan a México de
manera ilegal desde Centroamérica y otros países del mundo.
Según la CNDH, en los
últimos tres años se registraron 881 quejas de niños migrantes por maltrato, la
mayoría contra agentes del Instituto Nacional de Migración, algunas
consideradas por la propia comisión como “casos espeluznantes de abusos que
cometen nuestras autoridades”.
“Fui atacada por un hombre
que me amenazó con regresarme a mi país si no accedía. Fueron tres ocasiones
hasta que grité y corrí para evitar que me violara”, relata una salvadoreña de
17 años en la recomendación 2012/54 contra el delegado del INM en Tenosique,
Tabasco.
El libro Bienvenidos al
Infierno del Secuestro. Testimonios de migrantes, de Mauricio Farah, incluye
este relato: “Uno de nosotros escapó de la casa de seguridad, pero los
federales lo llevaron con Los Zetas y éstos le dijeron: ‘Para que aprendas, te
vamos a cortar la mano, cabrón’. Y se la cortaron”.
Sin embargo, el
subsecretario de Población, Migració n y Asuntos Religiosos, Humberto Roque,
asegura que en México “no tenemos un conflicto que pudiera asemejarse a lo que
es el trato que recibimos de los norteamericanos”.
En todo caso, el
expresidente Barack Obama es considerado “el deportador en jefe” porque expulsó
a 2.8 millones de mexicanos sin papeles durante su mandato (2008-17), aunque en
sus últimos cinco años se redujeron en 43.64 por ciento las repatriaciones.
En cambio, el número de
migrantes deportados por México en ese tiempo aumentó 26.14 por ciento.
Pero hay un dato
inquietante: en la encuesta nacional de migración realizada por la UNAM, 47 por
ciento se mostró a favor de que México construya un muro con Guatemala y 56.6
respaldó que se aumenten los controles fronterizos en el país.
Sí: al menos en el tema
migratorio, estamos en peligro de perder un tornillo.
El tornillo de la
coherencia.
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