Pablo Hirart
Escuchan, indiferentes, las ideas destructivas de su jefe y hacen mutis para no perder puntos ante él.
Ebrard y Claudia Sheinbaum, por citar los casos más
notables –por su preparación y capacidad–, prefieren que se hunda el país antes
de contradecir a López Obrador.
Desde ahora están administrando sus posibilidades en la
sucesión presidencial.
Mal momento para cuidar la figura, porque hay zozobra en
la economía, el Estado de derecho, la salud y la seguridad, debido a la
desinformada terquedad presidencial.
Los que tienen conocimientos, y sentido común, miran
hacia otro lado. Salvo Monreal.
Marcelo Ebrard, el todoterreno del Presidente, no alerta
sobre el daño que hace la exhibición de empatía del jefe del Ejecutivo y
Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas con uno de los grandes grupos de
narcotraficantes, que también asalta, extorsiona, tortura y mata.
Ebrard sabe –hizo un extraordinario trabajo en el
Distrito Federal– cómo se combate a la delincuencia: rodearse de un equipo
profesional, dotarlo de recursos, y transmitir a la ciudadanía que está con
ella y no con los malhechores.
De apagafuegos entró Ebrard en la crisis de salud y hace
lo que debió hacerse hace meses. Traen aviones cargados con respiradores
artificiales, mascarillas y material para personal médico... cuando ya tenemos
más del doble de muertos que en China.
Ebrard puede evitar, y no lo hace, que siga haciendo daño
el médico ambicioso y engreído que pusieron como jefe del combate a la
pandemia, por cuyos mortales desaciertos ya lo habrían corrido hasta de un
consultorio del Doctor Simi.
Si es necesario defender al criminal Nicolás Maduro, lo
hace. O llamar “amigo, que se conoce en la adversidad” a un racista y
antimexicano como Donald Trump, también lo hace.
Él observa la silla con el águila, y no el diluvio que
cae sobre México.
Lo de Sheinbaum es un desperdicio.
Cercana ideológicamente al Presidente, pero a diferencia
de AMLO es una mujer de ciencia, acepta la crítica y no le tiene miedo al
mundo. Sin embargo, calla ante las malas decisiones del fallido combate al
coronavirus, y asume compartirlas.
Esas facturas que paga le sirven ante su jefe, pero se
las cobrará el ciudadano.
Sabe del daño que causa López-Gatell a la ciudadanía y al
gobierno. Tiene los argumentos para hacerle ver la realidad a AMLO y no se
mueve. ¿Por qué? La sucesión.
El uso del cubrebocas, universalmente aceptado como
instrumento eficaz para disminuir riesgos de contagios, es indispensable, y
Sheinbaum debió encarar a la autoridad médica del país que por meses sostuvo lo
contrario.
Ni una palabra ha dicho para deslindarse de la agresión
verbal del Presidente hacia los científicos, sus pares, que se refleja en
recortes presupuestales cuando más se debe invertir en investigación.
Su pésima comunicación social no trasmitió a la población
lo grave de la enfermedad, la importancia de quedarse en casa, y hoy la Ciudad
de México es el peor foco de contagios de la república.
Ella reacciona y decide en función de las ideas del
Presidente, y no de las suyas. ¿Por qué? Cuida sus posibilidades de la
candidatura de Morena.
(De plano nos brincamos al otro integrante del gabinete
que es preparado y podría ser muy poderoso ante su jefe, pero no lo es porque
se trata de un 'cachirul', Arturo Herrera, sin el carácter de su antecesor y de
quienes han ocupado la Secretaría de Hacienda. En su momento será desechado, si
es que AMLO se acuerda que sigue ahí).
Espectáculo aparte es Mario Delgado, coordinador de los
diputados morenistas, una persona con estudios superiores (ITAM) que ha
defendido todos los proyectos anticonstitucionales del Presidente.
Promueve y presiona para sacar adelante leyes que tienen
el sello de las tiranías.
Trabaja para ser llamado al gabinete al término de su
triste tarea en el Congreso, y de ahí jugar la baza para la candidatura
presidencial. ¿Por qué no? Estómago tiene.
Defendió en la tribuna del Senado la reforma educativa
del gobierno anterior, y después en la otra tribuna, la de la Cámara de
Diputados, llamó a derogarla “sin dejar una sola coma”.
Todos ellos podrían moderar a López Obrador, centrarlo
para ayudar a cambiar sus malas decisiones. No lo hacen. Primero está su futuro
individual.
El cuarto es Monreal. Ha jugado rudo y pasado bazofias,
como la señora Piedra en la CNDH. Sin embargo es el único que marca diferencia
en el rebaño de la 4T.
Con buenos contrapesos, Kuri del PAN y Osorio del PRI,
más PRD y MC unidos, el Senado no es un lugar de avasallamiento.
Monreal rechazó la iniciativa del Presidente para cambiar
a su gusto la orientación del Presupuesto. “No pasará”, les dijo.
A la plana mayor del gobierno federal que fue al Senado
con un paquete de reformas constitucionales violatorios de las garantías
individuales, de la libertad de expresión, y un nuevo Código Penal, Monreal les
dijo llévenselo, ni lo presenten, es una monstruosidad.
Monreal invitó a los dirigentes del CCE a reunirse con la
Junta de Coordinación Política (Jucopo) y plantear las propuestas que AMLO
rechazó de un plumazo. Ahí van caminando algunas.
Tuvo la única iniciativa progresista que ha salido de
Morena: revisar abusos en comisiones bancarias. La mandó en bruto, pero luego
hubo diálogo y acuerdos.
Nada de lo anterior se lo van a perdonar.
Pero desde la banqueta se ve a alguien que no se cuida el
traje de cardenal y a veces tiene el valor de decir no, en voz alta, a los
propósitos más dañinos del gobierno.
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