Pablo Hirart.-
El país está tocando un fondo muy oscuro que nos dice a
gritos que hemos hecho muy mal las cosas. Hemos fallado todos.
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FOTO: INTERNET |
Cómo es posible que hayamos producido un juez que afirme que
manosear los senos y la vagina de una menor de edad no es un abuso.
Que no hay abuso porque no existe la intención de copular ni
el juez vea en ello “acción dolosa con sentido lascivo”.
¿Cómo es posible que ese juez haya puesto lo anterior en una
sentencia judicial?
Y que ese juez haya pensado que después de un fallo así no
iba a pasar nada y saldría impune.
Cinco tiros le dieron a la reportera Miroslava Breach en
Chihuahua. La mataron delante de su hijo de siete años, y ya dejó de llamar la
atención el tema.
A Paloma Merodio Gómez, propuesta para la Junta de Gobierno
del Inegi, la lincharon con sevicia en los medios, en las redes y en el Senado.
Se vale rechazar, decir que no con vehemencia, pero
ensañarse con una joven como lo hicieron con Merodio –a quien no conozco ni sé
si tenga méritos o no–, es un acto de crueldad política y mediática.
En Veracruz aparecen más de un centenar de fosas con más de
250 cráneos de personas torturadas.
Un grupo de asesinos presuntamente mató por asfixia a
estudiantes normalistas, después les dieron tiro de gracia a los sobrevivientes
y los quemaron en una pira con neumáticos en el basurero municipal.
En diversos estados suelen aparecer cuerpos de personas asesinadas
que antes de morir fueron mutiladas con un salvajismo inaudito.
En las redes sociales es posible ver videos con la
decapitación y descuartizamiento de personas vivas.
La pregunta es por qué han surgido mexicanos capaces de
cometer esas atrocidades.
En qué han fallado los lazos históricos y morales que unen a
las personas y a las familias.
¿Cómo llegamos a la barbarie que vivimos?
Desde luego que es preciso replantear políticas públicas,
pero ¿en qué hemos fallado para producir estos monstruos?
Porque hemos fallado todos. Los gobiernos, desde luego. Y
también la sociedad civil.
La opinión de los que se presentan como voceros de la
sociedad civil es respetable. Sin embargo, muchos de ellos no se han ganado la
autoridad moral para erigirse como tales y viven del cuento o prestigios
heredados.
Un México con personas capaces de mutilar seres humanos
vivos o de emitir una sentencia absolutoria a un pederasta, es indicativo de
que el país tocó fondo en aspectos ajenos (o tal vez no) al debate partidista.
El sistema educativo es en parte responsable del salvajismo
imperante. Se perdieron los valores.
Y la política social también es culpable. Mejor dicho, no
hay política social.
A millones de personas se les etiqueta como pobres y les
mandan su cheque mensual. Ahí termina la responsabilidad del Estado.
Con el perdón de los modernos, pero si no hubieran frenado
hace 20 años el Programa Nacional de Solidaridad, que incorporaba a la
comunidad a decidir y a trabajar en conjunto, hoy Guerrero no estaría como
está.
Los medios masivos de comunicación, analistas e
intelectuales también han fallado. Se da publicidad en vivo y en directo a las
peores barbaries o a las golpizas entre menores de edad.
Codearse con El Chapo es la puerta para volver al
estrellato.
Estamos mal como sociedad y se requiere un cambio radical.
No necesitamos un mesías impostor y autoritario, pero el
cambio radical es imprescindible.
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