Raymundo Rivapalacio
La ola sobre la cual avanza Andrés Manuel López Obrador para
ubicarse, a 16 meses de la elección presidencial, como finalista de la
contienda, está empujada por el contraste y la necesidad existencial de
venganza. Estudios de opinión privados muestran que la mitad de los mexicanos
emitirían su voto por quien esté en el mayor punto de alejamiento del
presidente Enrique Peña Nieto y todo lo que represente. Sin rival enfrente,
López Obrador ocupa ese sitio. Si los mexicanos reprueban las reformas
peñistas, López Obrador es quien encabeza la contrarreforma. Si la corrupción
mancha al régimen, López Obrador es quien ofrece destruirlo para ir al
renacimiento moral. Si lo institucional tiene una carga negativa, lo anti
sistémico de López Obrador es la receta. El contraste de sus adversarios opaca
sus contradicciones y, hasta este momento, también lo protege.
Donald Trump, a quien López Obrador critica regularmente,
pero se ven en el espejo su nacionalismo y proteccionismo, su espíritu insular
y su conexión con las masas, decía en los albores de su candidatura que estaba
tan blindado ante la opinión pública, que podía dispararle a un tipo en la
siempre concurrida 5ª Avenida de Nueva York y no pasarle absolutamente nada.
Con López Obrador sucede lo mismo. Lo han atacado tanto por tantas cosas
durante las dos últimas décadas, que parece inmune a las críticas. Los dos se
forraron con el mismo teflón, que en las últimas semanas se le ha caído a Trump
porque ya no pudo dar la vuelta a sus contradicciones. La experiencia que vive
su fortuito par debe verla López Obrador para corregir, ahora que es tiempo.
López Obrador vive contrasentidos poco conocidos. Por
ejemplo, su conservadurismo cristiano, que lo lleva a maltratar a colaboradoras
por el hecho de ser divorciadas o madres solteras. El gran símbolo de la
izquierda está más identificado, en materia social, con la ideología panista.
Este es uno de los aspectos menos públicos de López Obrador, quien no tiene
duda en negar declaraciones o acciones que en contexto diferente al que las
haya dicho, se le echan en cara. Uno de los momentos más claros de esto se dio
durante la campaña presidencial en 2012, cuando en la casa de un empresario de
medios, un líder industrial regiomontano le preguntó por qué les hablaba bien
de la educación privada, cuando poco antes, en una entrevista de prensa en
Monterrey, había flagelado a las universidades de “los pirruris”. Lo negó, y
dijo que era como si fuera al Cerro del Tepeyac a criticar a la Virgen de
Guadalupe. El empresario le entregó la grabación de la entrevista, y aun así,
rebatió, como lo hacía Fidel Velázquez, el sempiterno líder obrero, que no
había dicho lo que había dicho.
Pero lo que mejor refleja sus contradicciones es Alfonso
Romo, quien está coordinando su equipo de trabajo y se ha convertido en su
principal vocero. Romo, empresario regiomontano, ha dado varias entrevistas
donde ha mentido. No salió de Visa –que se convirtió en FEMSA- porque sus
posiciones eran incómodas, como dice, sino porque apoyaba al candidato
presidencial Vicente Fox en la recaudación de fondos, una actividad política
prohibida por los estatutos. Tampoco fue el creador del concepto de Oxxo, como
asegura, ni tiene una buena relación con el llamado aún Grupo Monterrey. De
hecho, es despreciado por ellos porque después de haber construido negocios con
el dinero de su suegro, Alejandro Garza Lagüera, los quebró, y cuando lo
confrontó su familia política, quiso meterlo a la cárcel y a dos de sus cuñadas,
a quienes les había comprado acciones de una de las empresas en 275 millones de
dólares, no se las pagó hasta cuando, destruida también esa compañía, le dio
cuatro millones de dólares, que costaban en ese momento las acciones
adquiridas. Para alguien como López Obrador que se ufana de integridad, Romo
está en las antípodas. En materia programática, uno de los ejes del
precandidato presidencial es combatir sin piedad los transgénicos, donde Romo
ha sido uno de sus principales promotores.
López Obrador ha aprendido muchas lecciones en los procesos
de 2006 y 2012, pero donde aún cojea es en el de la transparencia. Su discurso
es principista, ético y lleno de valores compartidos por todos, como el que
pronunció este lunes en Phoenix, Arizona, con citas de objetores morales, en
forma de poesía y de motivación nacionalista sobre el deber ser. Pero tiene que
caminar hacia la eliminación de la opacidad, porque la oscuridad que está aún
escondida por la luminosidad de la esperanza que representa para muchos, va a
aparecer sin lugar a dudas. Ya lo está sintiendo López Obrador en los recientes
ataques del gobernador de Veracruz, Miguel Ángel Yunes. Ya apuntó al presidente
Enrique Peña Nieto, al ex presidente Felipe Calderón, a su esposa la
precandidata Margarita Zavala y a los presidentes del PRI y del PAN, como
instigadores de críticas en su contra.
Le tienen miedo y por eso lo atacan, dice López Obrador. Es
cierto. Así es la dialéctica de la competencia. Sería un error que cayera una
vez más en la soberbia y que no los atajara, porque sus debilidades y
contradicciones van a ser explotadas en un electorado que se aprecia más
sensible y volátil que en el pasado. Dice que la tercera es la vencida. Puede
ser, pero tiene que iluminar su closet.
0 Comentarios