RAYMUNDO RIVAPALACIO/ EJE CENTRAL
La
comunicación social y política del gobierno mexicano está hecha bolas. Decirlo
parece un lugar común, pero la frase encierra muchos de los secretos por los
cuales el presidente Enrique Peña Nieto no encuentra la forma de comunicarse y
persuadir a sus gobernados, que lo tienen muy mal evaluado. El más importante
es que lo que todos vemos, no es la realidad. Vemos al director de Comunicación
Social de Los Pinos, Eduardo Sánchez, salir a dar siempre la cara para fijar
posiciones del presidente, y a los responsables de esas áreas en el gobierno
federal hacer lo mismo, con el mismo guión. Arriba de todos, sin que nadie en
la opinión pública lo vea, se encuentra Alejandro Quintero, el hombre que mueve
los hilos de la comunicación gubernamental y que llegó a Los Pinos en abril del
año pasado para evitar que el presidente siguiera cayendo por el precipicio.
Hasta ahora, ha fracasado.
Quintero ha
sido un hombre muy importante en la mercadotecnia política en los últimos 15
años. Como vicepresidente corporativo de Comercialización y de Ventas de
Televisa durante todos esos años, creó los multimillonarios convenios de
promoción de los políticos en las influyentes pantallas de la empresa de Emilio
Azcárraga, e inventor del llamado Plan de Acción, que construyó la narrativa de
Peña Nieto desde la gubernatura del Estado de México a Los Pinos. Quintero se
ufanaba de haber sido él quien había hecho a Peña Nieto presidente, por lo cual
les debía todo a él y a Televisa. El poderosísimo Quintero, sin embargo, cayó
de la gracia en Televisa, de donde salió en no muy buenos términos en diciembre
de 2014.
A Quintero
responsabilizan los ejecutivos de Televisa –sin que se haya podido comprobar
nada-, de haber sido el autor de una denuncia anónima en la Comisión de Valores
y Cambios de Estados Unidos, conocida por su acrónimo SEC en inglés, que
mencionaba el ocultamiento de ingresos monumentales que se escondían a los
inversionistas –y por tanto esquilmaban sus utilidades-, producto de convenios
con políticos que querían un buen tratamiento informativo y una promoción
disfrazada de noticia, que no entraban por los conductos institucionales de la
empresa. La denuncia generó gran preocupación en Televisa, porque de haberse
comprobado el hecho, habría generado multas a la empresa en la Bolsa de Nueva
York, donde también cotiza, y eventuales penas de cárcel para los responsables.
Un despacho de auditores en Nueva York, contratado por Televisa, no encontró
sustento en las acusaciones.
Quintero
reapareció en la clase política en abril del año pasado, cuando el presidente
Peña Nieto, urgido por mejorar su comunicación con la sociedad, lo contrató. No
entró en las nóminas de la Presidencia y no se puede rastrear lo que cobra a
través de los conductos oficiales porque no salen de ahí sus honorarios, que de
acuerdo con personas conocedoras de la industria, se calculan en 100 millones
de pesos anuales. Además de los honorarios, son los privilegios que le dio Peña
Nieto lo que han llamado mucho la atención. Quintero prácticamente no va a Los
Pinos, y las reuniones de trabajo las realiza en su casa en Monte Cáucaso, en
las Lomas de Chapultepec, a donde acuden puntualmente los funcionarios de la
Presidencia.
Es Quintero
quien da las líneas generales a Sánchez, a Alejandra Lagunes, responsable de
medios digitales del gobierno, y a otros funcionarios de la casa presidencial,
sobre cómo debe venderse a Peña Nieto en las diferentes plataformas. El asesor,
sin embargo, ha resultado un fiasco, si se ven los resultados. En mayo del año
pasado, cuando apenas estaba tomando posesión, la aprobación presidencial era
de 32%, contra 62% de rechazo. En agosto, con su operación de prensa y
propaganda en marcha, la aprobación se había caído tres puntos y la aprobación
subido ese mismo porcentaje.
En
noviembre, Consulta Mitofsky reportó una aprobación de 24% contra una
desaprobación de 69%, y en diciembre, Reforma registró el mismo nivel de
aprobación pero una desaprobación de 73%. En enero de este año, este mismo
diario registró una aprobación de 12% contra una desaprobación de 86%, mientras
que la encuesta del Centro de Estudios Sociales y de Opinión Pública del
Congreso, publicada también en enero reflejó una aprobación de 6%, contra una
desaprobación de 88%, que son cifras similares a las que tienen en Los Pinos de
sus estudios privados.
Hasta
finales del año pasado, cuando menos, el presidente no percibía a Quintero como
un fracaso, ni estaba convencido de que los tropiezos de su gobierno y su mala
aprobación tuvieran que ver con la comunicación social o con el mensaje, que
confunde o identifica como una misma cosa. Lo que ha sucedido en materia de
comunicación durante las últimas seis semanas ha subrayado que, a diferencia de
lo que piensa el presidente, sí tiene un problema de mensaje, que es la
narrativa, y de comunicación, que es cómo se presenta esa narrativa. La mala
operación comunicativa sobre el gasolinazo abrió los espacios para los
esfuerzos de golpeteo y desestabilización contra su gobierno, mientras que la
atropellada forma de enfrentar al aparato propagandístico de la Casa Blanca,
logró que el presidente Donald Trump arrasara a Peña Nieto.
El cambio
que hizo el presidente en la cabeza de la propaganda gubernamental ha fracasado
totalmente. Están los datos demoscópicos y están las reacciones de la sociedad
en las calles para soportar el argumento que la llegada de Quintero no le
benefició y sí, en cambio, profundizó el daño a su imagen, legitimidad y
consenso para gobernar.
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