Raymundo Rivapalacio.-
En la primera evaluación del presidente Andrés Manuel
López Obrador sobre sus primeros 100 días de gobierno, hay que detenerse en un
punto que ante el cúmulo de anuncios sobre lo que hizo, pasará desapercibido:
la relación con el gobierno de Estados Unidos. López Obrador dijo que está
bien, que va bien, y que es cordial. Punto. No se metió en matices ni en
problemas. Esta relación, sin embargo, parece que va bien, pero no está bien;
parece que es cordial, pero crecientemente es todo lo contrario. No está
caminando sobre fuego, sino que, visto por altos funcionarios, políticos y
estrategas en Washington, se metió al fuego al optar por aliarse con enemigos
de Estados Unidos.

Ebrard carece de una relación de alto nivel en la Casa
Blanca, y su ventanilla es la del secretario de Estado, Mike Pompeo. En
términos de política real, la relación con México fue degradada con López
Obrador. La relación con México e Israel, ordenó Trump al iniciar su
administración, la llevaría personalmente su yerno y consejero, Jared Kushner,
que es como se llevó durante el gobierno de Enrique Peña Nieto. Ya no. Kushner
no está interesado en tener una relación con Ebrard. El acceso a la Casa Blanca
está cancelada para el canciller mexicano, quien sólo lo tiene, de manera
ajustada a los tiempos de Pompeo, a Foggy Bottom, la sede de la cancillería
estadounidense.
La falta de acceso a la Casa Blanca no le ha permitido a
Ebrard la posibilidad siquiera de explicar algunas de las decisiones de López
Obrador que tienen muy molesto a Washington. La principal, el respaldo al
presidente Nicolás Maduro, que es interpretado de esa manera ante la
incomprensión y falta de razonamientos convincentes de lo que significa para
México, en este momento, la política de neutralidad y no intervención.
En Washington no creen el discurso del gobierno mexicano,
donde ven símbolos adicionales a los diplomáticos de no reconocer como
interlocutor válido, siquiera, al proclamado presidente interino, Juan Guaidó,
a quien han respaldado la mayoría de las democracias. Una de esas señales es la
continua presencia en México -con visitas a colaboradores cercanos de López
Obrador- de Juan Carlos Monedero, ex asesor del presidente Hugo Chávez, y uno
de los fundadores de Podemos, partido de izquierda radical en España, que
durante varios años recibió financiamiento de Maduro.
El respaldo al régimen de Maduro por la vía de la
autodeterminación de los pueblos, ha unido a republicanos y demócratas en
Estados Unidos contra México. El 8 de febrero se dio la primera gran señal de
que las relaciones bilaterales dejaron de ser lo que fueron. El senador
republicano Marco Rubio afirmó a través de su cuenta de Twitter que las
relaciones habían cambiado. “Esperaba que pudiéramos redefinir la relación
entre México y Estados Unidos, para que la transformáramos en una asociación
estratégica. Una alianza para afrontar nuestros desafíos comunes”, escribió.
“Pero el inexplicable apoyo del nuevo gobierno a Maduro pone todo eso en duda”.
Dos semanas después, en una reunión del Grupo de Lima en Bogotá, el
vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, le hizo un llamado directo a
México a rectificar su posición —cada vez más aislada en el mundo.
La relación con Trump se ha modificado radicalmente por
el caso Venezuela, que es de muy alto interés para Estados Unidos. Haberse
entregado a Estados Unidos como tercer país, para mantener a los inmigrantes
centroamericanos en territorio mexicano mientras se procesa su solicitud de
asilo en esa nación, no ha servido para nada. Este lunes que López Obrador
hablaba de cordialidad en la relación con Trump, este pedía fondos para
construir el muro en la frontera con México, un tema del cual el presidente mexicano
no ha querido hablar. Les dieron a Estados Unidos lo que buscaron por años, y
no le redituó en nada a López Obrador.
No ha sido el único error importante. Dentro de la
Secretaría de Comunicaciones y Transportes hay interés de invitar a una empresa
paraestatal china al proyecto del tren bala México-Querétaro, que se canceló en
el gobierno de Peña Nieto ante las presiones de Estados Unidos. Todavía más
grave, sigue adelante con la instalación de un cable de fibra óptica submarina
para telecomunicaciones, que conectará a Topolobampo con La Paz, con la
participación de Huawei, el gigante chino que vetado en Estados Unidos por
razones de seguridad nacional, y por lo que está enfrentado con la Union
Europea porque no quieren cencelarle contratos.
Venezuela y Huawei son temas geopolíticos que no entiende
el presidente López Obrador, quien por la manera como actúa, debe pensar que
hincarse ante Estados Unidos en el tema migratorio, que es el más sonoro de
todos, es suficiente para tener una buena relación bilateral. Está equivocado.
Su reduccionismo internacionalista lo lleva por la ruta indeseable, pelearse
con Trump. El choque no va a venir pronto. Ya se dio.