AGENDA CIUDADANA
Lorenzo Meyer
Una visita a Cuba tras la muerte de Fidel Castro lleva a
comprobar la ausencia de monumentos, plazas o avenidas con el nombre del líder.
Es incluso difícil encontrarle en afiches, aunque abundan los del Che Guevara.
En la Plaza de la Revolución, además de la escultura de José Martí, hay dos
rostros monumentales de metal, uno del Che y otro de Camilo Cienfuegos, pero
del líder fallecido el 25 de noviembre sólo hay una gran foto, una exhibición
temporal.
Y es que Fidel pidió, explícitamente, esta ausencia de
mármoles y bronces. Es de suponerse que confió en la memoria colectiva y en
que, finalmente, “la historia me absolverá”. Visitar Cuba hoy, de manera
inevitable, lleva a la vieja pregunta ¿Qué tan importante es el liderazgo de un
personaje carismático como elemento de explicación de los éxitos, fracasos y
peculiaridades de una organización, un país o toda una civilización?
Es claro que entre más nos remontemos en el nivel de
análisis y entre más espacio y tiempo abarquemos en el examen de esos procesos,
la explicación de las transformaciones, éxitos y fracasos colectivos depende menos
del papel de los dirigentes y más del entorno, la economía, la sociedad, la
geografía, la tecnología o la demografía. Y, sin embargo, siempre aparecen
coyunturas en donde la decisión personal de alguien -rey, sumo sacerdote,
primer ministro, presidente, führer, general o comandante- hace toda la
diferencia.
Mientras en los últimos años en los gobiernos de México se experimenta,
entre otras cosas, una prolongada ausencia de liderazgo efectivo y una gran
fuerza de las inercias e intereses creados, en Cuba asombra, para bien y para
mal, la fuerza del liderazgo de Fidel.
A ojos de un visitante, Cuba es una isla de once millones de
habitantes de raíces hispano-africanas, con una naturaleza exuberante, pero con
obvias y múltiples carencias en infraestructura. ¿Cómo explicar que una isla
tan pequeña y mal dotada haya podido desafiar abiertamente y por más de medio
siglo a la superpotencia que tiene de vecina? En un ensayo titulado “La
voluntad de poder”, The Economist admite qué durante la Guerra Fría, cuando
Cuba mandó a sus soldados a pelear en Angola -300 mil a lo largo de más de tres
lustros- y derrotar a ejércitos de Zaire y Sudáfrica, la isla caribeña se
convirtió en una “súper potencia de bolsillo”, (diciembre 3, 2016) ¿Cómo
entender las muchas peculiaridades cubanas?
Parte de la explicación está, obviamente, en la historia de
la isla. En particular, en la oportunista intervención norteamericana que en
1898 secuestró la dura lucha de los insurgentes cubanos contra España, impuso sus
intereses políticos y económicos sobre los cubanos y transformó a la isla en
una semi colonia. De ahí el ajuste de cuentas nacionalistas entre La Habana y
Washington tras el triunfo, en 1959 y en plena Guerra Fría, del movimiento
revolucionario. Sin embargo, también cuenta el liderazgo de ese movimiento,
Fidel específicamente. Fue su buena suerte lo que llevó a Fidel a sobrevivir a
la represión de Fulgencio Batista pero fue su fuerza de voluntad y energía la
que le llevó a imponerse con menos de mil hombres a los 35 mil del ejército
batistiano y también en 1961 derrotar a la fuerza expedicionaria organizada por
la CIA para acabar con la Revolución.
Todo liderazgo fuerte y carismático como este tiene, inevitablemente,
su lado peligroso. El enorme riesgo de la confrontación nuclear de octubre de
1962, el fracaso de la zafra de los 10 millones de toneladas de azúcar de 1970
que desarticuló a la economía de la isla en su conjunto o las neficiencias de un sector estatal que llegó a
abarcar más del 90% dela economía, fueron decisiones del líder.
Toda revolución, desde la norteamericana y la francesa de
fines del siglo XVIII hasta los actuales y terribles intentos por dar forma al
Estado Islámico en el Medio Oriente, han sido intolerantes con los adversarios.
Fidel proveyó de coherencia y unidad a la Revolución Cubana
pero no aceptó crear el espacio para el debate real interno, debate
imprescindible en toda estructura de poder moderna y eficaz. Las elecciones
dentro del aparato estatal cubano tienen lugar y se dan en todos los niveles
pero finalmente los candidatos no le presentan al votante una pluralidad de proyectos
y por tanto no hay, no puede haber, confrontación pública de proyectos, de
ideas.
El sucesor de Fidel, su hermano y compañero en todas sus
luchas, Raúl, tiene hoy cinco años más de los que tenía Fidel cuando su salud
lo obligó a delegar el poder temporalmente en 2006 y definitivamente en 2008.
Además, Raúl ya anunció su retiro para 2018. Y aquí queda expuesto el gran
problema, el talón de Aquiles de todo liderazgo fuerte: la sucesión.
Sin el apoyo económico y político que una vez le dio la
URSS, dependiendo mucho de una Venezuela en problemas serios y teniendo que introducir
reformas económicas de mucho fondo a la vez que prepararse para una posible
confrontación con el Washington de Donald Trump, Cuba necesita un liderazgo excepcional: fuerte
por legítimo, pero ya no por autoritario y consciente de que el socialismo
tiene variantes y debe ser compatible con el pluralismo.
En suma, Aristóteles tenía razón: es tan problemática la concentración
extrema del poder en un líder -caso cubano- como la ausencia de liderazgo -caso
mexicano.
RESUMEN: “LA CUBA FORJADA POR LA VOLUNTAD DE FIDEL Y EL
MÉXICO DE HOY, SON CASOS CONTRASTANTES EN EL ANÁLISIS DEL PAPEL DEL LÍDER EN EL
DESARROLLO DE UN PAÍS”.
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